Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Fuenteovejuna

[Teatro - Texto completo.]

Lope de Vega

Personas que hablan en ella:
  • La Reina ISABEL de Castilla
  • El REY Fernando de Aragón
  • Rodrigo Téllez Girón, MAESTRE de la Orden de Calatrava
  • Fernán Gómez de Guzmán, COMENDADOR Mayor de la Orden de Calatrava
  • Don Gómez MANRIQUE
  • Un JUEZ
  • Dos REGIDORES de Ciudad Real
  • ORTUÑO, criado del Comendador
  • FLORES, criado del Comendador
  • ESTEBAN, Alcaide de Fuenteovejuna
  • ALONSO, un regidor de Fuenteovejuna
  • Otro REGIDOR de Fuenteovejuna
  • LAURENCIA, labradora de Fuenteovejuna, hija de Esteban
  • JACINTA, labradora de Fuenteovejuna
  • PASCUALA, labradora de Fuenteovejuna
  • JUAN ROJO, labrador
  • FRONDOSO, labrador
  • MENGO, labrador gracioso
  • BARRILDO, labrador
  • LEONELO, Licenciado en derecho
  • CIMBRANO, soldado
  • Un MUCHACHO
  • LABRADORES y LABRADORAS
  • MÚSICOS

ACTO PRIMERO


Salen el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO, criados
 
 
COMENDADOR:       ¿Sabe el maestre que estoy
               en la villa?
FLORES:                    Ya lo sabe.
ORTUÑO:        Está, con la edad, más grave.
COMENDADOR:    Y ¿sabe también que soy
                  Fernán Gómez de Guzmán?   
FLORES:        Es muchacho, no te asombre.
COMENDADOR:    Cuando no sepa mi nombre,
               ¿no le sobra el que me dan
                  de comendador mayor?
ORTUÑO:        No falta quien le aconseje               
               que de ser cortés se aleje.
COMENDADOR:    Conquistará poco amor.
                  Es llave la cortesía
               para abrir la voluntad;
               y para la enemistad                 
               la necia descortesía.
ORTUÑO:           Si supiese un descortés
               cómo le aborrecen todos
               --y querrían de mil modos
               poner la boca a sus pies--,         
                  antes que serlo ninguno,
               se dejaría morir.
FLORES:        ¡Qué cansado es de sufrir!
               ¡Qué áspero y qué importuno!
                  Llaman la descortesía          
               necedad en los iguales,
               porque es entre desiguales
               linaje de tiranía.
                  Aquí no te toca nada;
               que un muchacho aún no ha llegado      
               a saber qué es ser amado.
COMENDADOR:    La obligación de la espada
                  que se ciñó, el mismo día
               que la cruz de Calatrava
               le cubrió el pecho, bastaba       
               para aprender cortesía.
FLORES:           Si te han puesto mal con él,
               presto lo conocerás.
ORTUÑO:        Vuélvete, si en duda estás.
COMENDADOR:    Quiero ver lo que hay en él.

Sale el MAESTRE de Calatrava y acompañamiento
 
 
MAESTRE:          Perdonad, por vida mía,
               Fernán Gómez de Guzmán;
               que agora nueva me dan
               que en la villa estáis.
COMENDADOR:                            Tenía    
                  muy justa queja de vos;                
               que el amor y la crïanza
               me daban más confïanza,
               por ser, cual somos los dos,
                  vos maestre en Calatrava,
               yo vuestro comendador                
               y muy vuestro servidor.
MAESTRE:       Seguro, Fernando, estaba
                  de vuestra buena venida.
               Quiero volveros a dar
               los brazos.
COMENDADOR:              Debéisme honrar;              
               que he puesto por vos la vida
                  entre diferencias tantas,
               hasta suplir vuestra edad
               el pontífice.
MAESTRE:                      Es verdad.
               Y por las señales santas                
                  que a los dos cruzan el pecho,
               que os lo pago en estimaros
               y como a mi padre honraros.
COMENDADOR:    De vos estoy satisfecho.
MAESTRE:          ¿Qué hay de guerra por allá?        
COMENDADOR:    Estad atento, y sabréis
               la obligación que tenéis.
MAESTRE:       Decid que ya lo estoy, ya.
 
COMENDADOR:       Gran maestre, don Rodrigo
               Téllez Girón, que a tan alto        
               lugar os trajo el valor
               de aquel vuestro padre claro,
               que, de ocho años, en vos
               renunció su maestrazgo,
               que después por más seguro           
               juraron y confirmaron
               reyes y comendadores,
               dando el pontífice santo
               Pío segunda sus bulas
               y después las suyas Paulo          
               para que don Juan Pacheco,
               gran maestre de Santiago,
               fuese vuestro coadjutor:
               ya que es muerto, y que os han dado
               el gobierno sólo a vos,            
               aunque de tan pocos años,
               advertid que es honra vuestra
               seguir en aqueste caso
               la parte de vuestros deudos;
               porque, muerto Enrique cuarto,            
               quieren que al rey don Alonso
               de Portugal, que ha heredado,
               por su mujer, a Castilla,
               obedezcan sus vasallos;
               que aunque pretende lo mismo         
               por Isabel don Fernando,
               gran príncipe de Aragón,
               no con derecho tan claro
               a vuestros deudos, que, en fin,
               no presumen que hay engaño        
               en la sucesión de Juana,
               a quien vuestro primo hermano
               tiene agora en su poder.
               Y así, vengo a aconsejaros
               que juntéis los caballeros        
               de Calatrava en Almagro,
               y a Ciudad Real toméis,
               que divide como paso
               a Andalucía y Castilla,
               para mirarlos a entrambos.          
               Poca gente es menester,
               porque tienen por soldados
               solamente sus vecinos
               y algunos pocos hidalgos,
               que defienden a Isabel              
               y llaman rey a Fernando.
               Será bien que deis asombro,
               Rodrigo, aunque niño, a cuantos
               dicen que es grande esa cruz
               para vuestros hombros flacos.       
               Mirad los condes de Urueña,
               de quien venís, que mostrando
               os están desde la fama
               los laureles que ganaros;
               los marqueses de Villena,                
               y otros capitanes, tantos,
               que las alas de la fama
               apenas pueden llevarlos.
               Sacad esa blanca espada;
               que habéis de hacer, peleando,             
               tan roja como la cruz;
               porque no podré llamaros
               maestre de la cruz roja
               que tenéis al pecho, en tanto
               que tenéis la blanca espada;               
               que una al pecho y otra al lado,
               entrambas han de ser rojas;
               y vos, Girón soberano,
               capa del templo inmortal
               de vuestros claros pasados.              
 
MAESTRE:          Fernán Gómez, estad cierto,
               que en esta parcialidad,
               porque veo que es verdad,
               con mis deudos me concierto.
                  Y si importa, como paso               
               a Ciudad Real mi intento,
               veréis que como violento
               rayo sus muros abraso.
                  No porque es muerto mi tío
               piensen de mis pocos años              
               los propios y los extraños
               que murió con él mi brío.
                  Sacaré la blanca espada
               para que quede su luz
               de la color de la cruz,             
               de roja sangre bañada.
                  Vos, ¿adónde residís
               tenéis algunos soldados?
COMENDADOR:    Pocos, pero mis criados;
               que si de ellos os servís,             
                  pelearán como leones.
               Ya veis que en Fuenteovejuna
               hay gente humilde, y alguna
               no enseñada en escuadrones,
                  sino en campos y labranzas.           
MAESTRE:       ¿Allí residís?
COMENDADOR:                 Allí
               de mi encomienda escogí
               casa entre aquestas mudanzas.
                  Vuestra gente se registre;
               que no quedará vasallo.           
MAESTRE:       Hoy me veréis a caballo,
               poner la lanza en el ristre.

Vanse. Salen PASCUALA y LAURENCIA
 
 
LAURENCIA:        ¡Mas que nunca acá volviera!
PASCUALA:      Pues a la hé que pensé
               que cuando te lo conté            
               más pesadumbre te diera.
LAURENCIA:        ¡Plega al cielo que jamás
               le vea en Fuenteovejuna!
PASCUALA:      Yo, Laurencia, he visto alguna
               tan brava,y pienso que más;       
                  y tenía el corazón
               brando como una manteca.
LAURENCIA:     Pues ¿hay encina tan seca
               como ésta mi condición?
PASCUALA:         Anda ya; que nadie diga:         
               "de esta agua no beberé."
LAURENCIA:     ¡Voto al sol que lo diré,
               aunque el mundo me desdiga!
                  ¿A qué efecto fuera bueno
               querer a Fernando yo?               
               ¿Casaráme con él?
PASCUALA:                             No.
LAURENCIA:     Luego la infamia condeno.     
                  ¡Cuántas mozas en la villa,
               del comendador fïadas,
               andan ya descalabradas!        
PASCUALA:      Tendré yo por maravilla
                  que te escapes de su mano.
LAURENCIA:     Pues en vano es lo que ves,
               porque ha que me sigue un mes,
               y todo, Pascuala, en vano.               
                  Aquel Flores, su alcahuete,
               y Ortuño, aquel socarrón,
               me mostraron un jubón,
               una sarta y un copete.
                  Dijéronme tantas cosas              
               de Fernando, su señor,
               que me pusieron temor;
               mas no serán poderosas
                  para contrastar mi pecho.
PASCUALA:      ¿Dónde te hablaron?
LAURENCIA:                          Allá              
               en el arroyo, y habrá
               seis días.
PASCUALA:                  Y yo sospecho
                  que te han de engañar, Laurencia.
LAURENCIA:     ¿A mí?
PASCUALA:              Que no, sino al cura.
LAURENCIA:     Soy, aunque polla, muy dura              
               yo para su reverencia.
                  Pardiez, más precio poner,
               Pascuala, de madrugada,
               un pedazo de lunada
               al huego para comer,                
                  con tanto zalacotón
               de una rosca que yo amaso,
               y hurtar a mi madre un vaso
               del pegado cangilón,
                  y más precio al mediodía         
               ver la vaca entre las coles
               haciendo mil caracoles
               con espumosa armonía;
                  y concertar, si el camino
               me ha llegado a causar pena,             
               casar un berenjena
               con otro tanto tocino;
                  y después un pasatarde,
               mientras la cena se aliña,
               de una cuerda de mi viña,              
               que Dios de pedrisco guarde;
                  y cenar un salpicón
               con su aceite y su pimienta,
               e irme a la cama contenta,
               y al "inducas tentación"          
                  rezalle mis devociones,
               que cuantas raposerías,
               con su amor y sus porfías,
               tienen estos bellacones;
                  porque todo su cuidado,          
               después de darnos disgusto,
               es anochecer con gusto
               y amanecer con enfado.
PASCUALA:         Tienes, Laurencia, razón;
               que en dejando de querer,           
               más ingratos suelen ser
               que al villano el gorrión.
                  En el invierno, que el frío
               tiene los campos helados,
               descienden de los tejados,          
               diciéndole:  "tío, tío,"
                  hasta llegar a comer
               las migajas de la mesa;
               mas luego que el frío cesa,
               y el campo ven florecer,       
                  no bajan diciendo "tío,"
               del beneficio olvidados,
               mas saltando en los tejados
               dicen:  "judío, judío."
                  Pues tales los hombres son:           
               cuando nos han menester,
               somos su vida, su ser,
               su alma, su corazón;
                  pero pasadas las ascuas,
               las tías somos judías,              
               y en vez de llamarnos tías,
               anda el nombre de las pascuas.
LAURENCIA:        No fïarse de ninguno.
PASCUALA:      Lo mismo digo, Laurencia.

Salen MENGO, BARRILDO y FRONDOSO
 
 
FRONDOSO:      En aquesta diferencia               
               andas, Barrildo, importuno.
BARRILDO:         A lo menos aquí está
               quien nos dirá lo más cierto.
MENGO:         Pues hagamos un concierto
               antes que lleguéis allá,            
                  y es, que si juzgan por mí,
               me dé cada cual la prenda,
               precio de aquesta contienda.
BARRILDO:      Desde aquí digo que sí.
                  Mas si pierdes, ¿qué darás? 
MENGO:         Daré mi rabel de boj,
               que vale más que una troj,
               porque yo le estimo en más.
BARRILDO:         Soy contento.
FRONDOSO:                     Pues lleguemos.
               Dios os guarde, hermosas damas.          
LAURENCIA:     ¿Damas, Frondoso, nos llamas?
FRONDOSO:      Andar al uso queremos:
                  al bachiller, licenciado;
               al ciego, tuerto; al bisojo,
               bizco; resentido, al cojo;               
               y buen hombre, al descuidado.
                  Al ignorante, sesudo;
               al mal galán, soldadesca;
               a la boca grande, fresca;
               y al ojo pequeño, agudo.               
                  Al pleitista, diligente;
               gracioso al entremetido;
               al hablador, entendido;
               y al insufrible, valiente.
                  Al cobarde, para poco;                
               al atrevido, bizarro;
               compañero al que es un jarro;
               y desenfadado, al loco.
                  Gravedad, al descontento;
               a la calva, autoridad;              
               donaire, a la necedad;
               y al pie grande, buen cimiento. 
                  Al buboso, resfrïado;
               comedido al arrogante;
               al ingenioso, constante;            
               al corcovado, cargado.
                  Esto al llamaros imito,
               damas, sin pasar de aquí;
               porque fuera hablar así
               proceder en infinito.               
LAURENCIA:        Allá en la ciudad, Frondoso,
               llámase por cortesía
               de esta suerte; y a fe mía,
               que hay otro más riguroso
                  y peor vocabulario               
               en las lenguas descorteses.
FRONDOSO:      Querría que lo dijeses.
LAURENCIA:     Es todo a esotro contrario:
                  al hombre grave, enfadoso;
               venturoso al descompuesto;          
               melancólico al compuesto;
               y al que reprehende, odioso.
                  Importuno al que aconseja;
               al liberal, moscatel;
               al justiciero, crüel;               
               y al que es piadoso, madeja.
                  Al que es constante, villano;
               al que es cortés, lisonjero;
               hipócrita al limosnero;
               y pretendiente al cristiano.        
                  Al justo mérito, dicha;
               a la verdad, imprudencia;
               cobardía a la paciencia;
               y culpa a lo que es desdicha.
                  Necia a la mujer honesta;        
               mal hecha a la hermosa y casta;
               y a la honrada...  Pero basta;
               que esto basta por respuesta.
MENGO:            Digo que eres el dimuño.
LAURENCIA:     ¡Soncas que lo dice mal!       
MENGO:         Apostaré que la sal
               la echó el cura con el puño.
LAURENCIA:        ¿Qué contienda os ha traído,
               si no es que mal lo entendí?
FRONDOSO:      Oye, por tu vida.
LAURENCIA:                        Di.              
FRONDOSO:      Préstame, Laurencia, oído.
LAURENCIA:        Como prestado, y aun dado,
               desde agora os doy el mío.  
FRONDOSO:      En tu discreción confío.
LAURENCIA:     ¿Qué es lo que habéis apostado?          
FRONDOSO:         Yo y Barrildo contra Mengo.
LAURENCIA:     ¿Qué dice Mengo?
BARRILDO:                      Una cosa
               que, siendo cierta y forzosa,
               la niega.
MENGO:                 A negarla vengo,
                  porque yo sé que es verdad.         
LAURENCIA:     ¿Qué dice?
BARRILDO:               Que no hay amor.
LAURENCIA:     Generalmente, es rigor.
BARRILDO:      Es rigor y es necedad.
                  Sin amor, no se pudiera
               ni aun el mundo conservar.               
MENGO:         Yo no sé filosofar;
               leer, ¡ojalá supiera!
                  Pero si los elementos
               en discordia eterna viven,
               y de los mismos reciben             
               nuestros cuerpos alimentos,
                  cólera y melancolía,
               flema y sangre, claro está.
BARRILDO:      El mundo de acá y de allá,
               Mengo, todo es armonía.                
                  Armonía es puro amor,
               porque el amor es concierto.
MENGO:         Del natural os advierto
               que yo no niego el valor.
                  Amor hay, y el que entre sí         
               gobierna todas las cosas,
               correspondencias forzosas
               de cuanto se mira aquí;
                  y yo jamás he negado
               que cada cual tiene amor,                
               correspondiente a su humor,
               que le conserva en su estado.
                  Mi mano al golpe que viene
               mi cara defenderá;
               mi pie, huyendo, estorbará        
               el daño que el cuerpo tiene. 
                  Cerraránse mis pestañas
               si al ojo le viene mal,
               porque es amor natural.
PASCUALA:      Pues, ¿de qué nos desengañas?  
MENGO:            De que nadie tiene amor
               más que a su misma persona.
PASCUALA:      Tú mientes, Mengo, y perdona;
               porque, ¿es materia el rigor
                  con que un hombre a una mujer         
               o un animal quiere y ama
               su semejante?
MENGO:                       Eso llama
               amor propio, y no querer.
                  ¿Qué es amor?
LAURENCIA:                       Es un deseo
               de hermosura.
MENGO:                       Esa hermosura,       
               ¿por qué el amor la procura?
LAURENCIA:     Para gozarla.
MENGO:                        Eso creo.
                  Pues ese gusto que intenta,
               ¿no es para él mismo?
LAURENCIA:                          Es así.
MENGO:         Luego ¿por quererse a sí          
               busca el bien que le contenta?
LAURENCIA:        Es verdad.
MENGO:                       Pues de ese modo
               no hay amor sino el que digo,
               que por mi gusto le sigo
               y quiero dármele en todo.         
BARRILDO:         Dijo el cura del lugar
               cierto día en el sermón
               que había cierto Platón
               que nos enseñaba a amar;
                  que éste amaba el alma sola         
               y la virtud de lo amado.
PASCUALA:      En materia habéis entrado
               que, por ventura, acrisola
                  los caletres de los sabios
               en sus cademias y escuelas.              
LAURENCIA:     Muy bien dice, y no te muelas
               en persuadir sus agravios.
                  Da gracias, Mengo, a los cielos,
               que te hicieron sin amor.
MENGO:         ¿Amas tú?
LAURENCIA:              Mi propio honor.                
FRONDOSO:      Dios te castigue con celos.
BARRILDO:         ¿Quién gana?
PASCUALA:                     Con la qüistión
               podéis ir al sacristán,
               porque él o el cura os darán
               bastante satisfacción.            
                  Laurencia no quiere bien,
               yo tengo poca experiencia.
               ¿Cómo daremos sentencia?
FRONDOSO:      ¿Qué mayor que ese desdén?

Sale FLORES
 
 
FLORES:           Dios guarde a la buena gente.         
FRONDOSO:      Éste es del comendador
               crïado.
LAURENCIA:              ¡Gentil azor!
               ¿De adónde bueno, pariente?
FLORES:           ¿No me veis a lo soldado?
LAURENCIA:     ¿Viene don Fernando acá?              
FLORES:        La guerra se acaba ya,
               puesto que nos ha costado
                  alguna sangre y amigos.
FRONDOSO:      Contadnos cómo pasó.
FLORES:        ¿Quién lo dirá como yo,        
               siendo mis ojos testigos?
             
                  Para emprender la jornada
               de esta ciudad, que ya tiene
               nombre de Ciudad Real,
               juntó el gallardo maestre         
               dos mil lucidos infantes
               de sus vasallos valientes,
               y trescientos de a caballo
               de seglares y de freiles;
               porque la cruz roja obliga          
               cuantos al pecho la tienen,
               aunque sean de orden sacro;
               mas contra moros, se entiende.
               Salió el muchacho bizarro
               con una casaca verde,               
               bordada de cifras de oro,
               que sólo los brazaletes
               por las mangas descubrían,
               que seis alamares prenden.
               Un corpulento bridón,             
               Rucio rodado, que al Betis
               bebió el agua, y en su orilla
               despuntó la grama fértil;
               el codón labrado en cintas
               de ante, y el rizo copete           
               cogido en blancas lazadas,
               que con las moscas de nieve
               que bañan la blanca piel
               iguales labores teje.
               A su lado Fernán Gómez,         
               vuestro señor, en un fuerte
               melado, de negros cabos,
               puesto que con blanco bebe.
               Sobre turca jacerina,
               peto y espaldar luciente,           
               con naranjada orla saca,
               que de oro y perlas guarnece.
               El morrión, que coronado
               con blancas plumas, parece
               que del color naranjado        
               aquellos azahares vierte;
               ceñida al brazo una liga
               roja y blanca, con que mueve
               un fresno entero por lanza
               que hasta en Granada le temen.           
               La ciudad se puso en arma;
               dicen que salir no quieren
               de la corona real,
               y el patrimonio defienden.
               Entróla bien resistida,                
               y el maestre a los rebeldes
               y a los que entonces trataron
               su honor injuriosamente
               mandó cortar las cabezas,
               y a los de la baja plebe,                
               con mordazas en la boca,
               azotar públicamente.
               Queda en ella tan temido
               y tan amado, que creen
               que quien en tan pocos años            
               pelea, castiga y vence,
               ha de ser en otra edad
               rayo del África fértil,
               que tantas lunas azules
               a su roja cruz sujete.              
               Al comendador y a todos
               ha hecho tantas mercedes,
               que el saco de la ciudad
               el de su hacienda parece.
               Mas ya la música suena;               
               recibidle alegremente,
               que al triunfo las voluntades
               son los mejores laureles.

Salen el COMENDADOR y ORTUÑO, MÚSICOS, JUAN ROJO y ESTEBAN, ALONSO, ALCAIDES. Cantan los MÚSICOS
 
 
MUSICOS:          "Sea bien venido
               el comendadore            
               de rendir las tierras
               y matar los hombres.
               ¡Vivan los Guzmanes!
               ¡Vivan los Girones!
               Si en las paces blando,        
               dulce en las razones.
               Venciendo moriscos,
               fuertes como un roble,
               de Ciudad Reale
               viene vencedore;               
               que a Fuenteovejuna
               trae los pendones.
               ¡Viva muchos años,
               viva Fernán Gómez!"
 
COMENDADOR:       Villa, yo os agradezco justamente     
               el amor que me habéis aquí mostrado.
ALONSO:        Aun no muestra una parte del que siente.
                  Pero ¿qué mucho que seáis amado,
               mereciéndolo vos?
ESTEBAN:                         Fuenteovejuna
               y el regimiento que hoy habéis honrado,    
                  que recibáis os ruega e importuna
               un pequeño presente, que esos carros
               traen, señor, no sin vergüenza alguna,
                  de voluntades y árboles bizarros,
               más que de ricos dones.  Lo primero    
               traen dos cestas de polidos barros;
                  de gansos viene un ganadillo entero,
               que sacan por las redes las cabezas,
               para cantar vueso valor guerrero.
                  Diez cebones en sal, valientes piezas,         
               sin otras menudencias y cecinas,
               y más que guantes de ámbar, sus cortezas.
                  Cien pares de capones y gallinas,
               que han dejado viudos a sus gallos
               en las aldeas que miráis vecinas.      
                  Acá no tienen armas ni caballos,
               no jaeces bordados de oro puro,
               si no es oro el amor de los vasallos.
                  Y porque digo puro, os aseguro
               que vienen doce cueros, que aun en cueros         
               por enero podéis guardar un muro,
                  si de ellos aforráis vuestros guerreros,
               mejor que de las armas aceradas;
               que el vino suele dar lindos aceros.
                  De quesos y otras cosas no excusadas      
               no quiero daros cuenta.  Justo pecho
               de voluntades que tenéis ganadas;
               y a vos y a vuestra casa, buen provecho.
 
COMENDADOR:       Estoy muy agradecido.
               Id, regimiento, en buen hora.       
ALONSO:        Descansad, señor, agora,
               y seáis muy bien venido;
                  que esta espadaña que veis
               y juncia a vuestros umbrales
               fueran perlas orientales,           
               y mucho más merecéis, 
                  a ser posible a la villa.
COMENDADOR:    Así lo creo, señores.
               Id con Dios.
ESTEBAN:               Ea, cantores,
               vaya otra vez la letrilla.

Cantan
 
 
MÚSICOS:          "Sea bien venido
                  el comendadore
                  de rendir las tierras
                  y matar los hombres."

Vanse los MÚSICOS y los ALCAIDES
 
 
COMENDADOR:       Esperad vosotras dos.            
LAURENCIA:     ¿Qué manda su señoría?
COMENDADOR:    ¡Desdenes el otro día,
               pues, conmigo!  ¡Bien, por Dios!
LAURENCIA:        ¿Habla contigo, Pascuala?
PASCUALA:      Conmigo no, tirte ahuera.                
COMENDADOR:    Con vos hablo, hermosa fiera,
               y con esotra zagala.
                  ¿Mías no sois?
PASCUALA:                        Sí, señor;
               mas no para casos tales.
COMENDADOR:    Entrad, pasado los umbrales;             
               hombres hay, no hayáis temor.
LAURENCIA:        Si los alcaldes entraran,
               que de uno soy hija yo,
               bien huera entrar; mas si no...
COMENDADOR:    ¡Flores!
FLORES:                  ¿Señor?
COMENDADOR:                       ¡Que reparan          
                  en no hacer lo que les digo!
FLORES:        ¡Entrad, pues!
LAURENCIA:                     No nos agarre.
FLORES:        Entrad; que sois necias.
PASCUALA:                               Arre;
               que echaréis luego el postigo.
FLORES:           Entrad; que os quiere enseñar       
               lo que trae de la guerra.
COMENDADOR:    Si entraren, Ortuño, cierra.

Éntrase
 
 
LAURENCIA:     Flores, dejadnos pasar.
ORTUÑO:           ¿También venís presentadas
               con lo demás?
PASCUALA:                     ¡Bien a fe!          
               Desvíese, no le dé...
FLORES:        Basta; que son extremadas.
LAURENCIA:        ¿No basta a vuestro señor
               tanta carne presentada?
ORTUÑO:        La vuestra es la que le agrada.          
LAURENCIA:     ¡Reviente de mal dolor!

Vanse LAURENCIA y PASCUALA
 
 
FLORES:           ¡Muy buen recado llevamos!
               No se ha de poder sufrir
               lo que nos ha de decir
               cuando sin ellas nos vamos.         
ORTUÑO:           Quien sirve se obliga a esto.
               Si en algo desea medrar,
               o con paciencia ha de estar,
               o ha de despedirse presto.

Vanse los dos. Salgan el REY don Fernando, la reina doña ISABEL, MANRIQUE, y acompañamiento
 
 
ISABEL:           Digo, señor, que conviene               
               el no haber descuido en esto,
               por ver a Alfonso en tal puesto,
               y su ejército previene.
                  Y es bien ganar por la mano
               antes que el daño veamos;              
               que si no lo remediamos,
               el ser muy cierto está llano.
REY:              De Navarra y de Aragón
               está el socorro seguro,
               y de Castilla procuro               
               hacer la reformación
                  de modo que el buen suceso
               con la prevención se vea.
ISABEL:        Pues vuestra majestad crea
               que el buen fin consiste en eso.         
MANRIQUE:         Aguardando tu licencia
               dos regidores están
               de Ciudad Real.  ¿Entrarán?
REY:           No les nieguen mi presencia.

Salen dos REGIDORES de Ciudad Real
 
 
REGIDOR 1:        Católico rey Fernando,              
               a quien ha enviado el cielo
               desde Aragón a Castilla
               para bien y amparo nuestro:
               en nombre de Ciudad Real,
               a vuestro valor supremo             
               humildes nos presentamos,
               el real amparo pidiendo.
               A mucha dicha tuvimos
               tener título de vuestros;
               pero pudo derribarnos               
               de este honor el hado adverso.
               El famoso don Rodrigo
               Téllez Girón, cuyo esfuerzo
               es en valor extremado,
               aunque es en la edad tan tierno          
               maestre de Calatrava,
               él, ensanchar pretendiendo
               el honor de la encomienda,
               nos puso apretado cerco.
               Con valor nos prevenimos,           
               a su fuerza resistiendo,
               tanto, que arroyos corrían
               de la sangre de los muertos.
               Tomó posesión, en fin;
               pero no llegara a hacerlo,          
               a no le dar Fernán Gómez
               orden, ayuda y consejo.
               Él queda en la posesión,
               y sus vasallos seremos,
               suyos, a nuestro pesar,        
               a no remediarlo presto.
REY:           ¿Dónde queda Fernán Gómez?
REGIDOR 1:     En Fuenteovejuna creo,
               por ser su villa, y tener
               en ella casa y asiento.        
               Allí, con más libertad
               de la que decir podemos,
               tiene a los súbditos suyos
               de todo contento ajenos.
REY:           ¿Tenéis algún capitán?  
REGIDOR 2:     Señor, el no haberle es cierto,
               pues no escapó ningún noble
               de preso, herido o de muerto.
 
ISABEL:           Ese caso no requiere
               ser de espacio remediado;           
               que es dar al contrario osado
               el mismo valor que adquiere;
                  y puede el de Portugal,
               hallando puerta segura,
               entrar por Extremadura              
               y causarnos mucho mal
REY:              Don Manrique, partid luego,
               llevando dos compañías;
               remediad sus demasías
               sin darles ningún sosiego.        
                  El conde de Cabra ir puede
               con vos; que es Córdoba osado,
               a quien nombre de soldado
               todo el mundo le concede;
                  que éste es el medio mejor          
               que la ocasión nos ofrece.
MANRIQUE:      El acuerdo me parece
               como de tan gran valor. 
                  Pondré límite a su exceso,
               si el vivir en mí no cesa.             
ISABEL:        Partiendo vos a la empresa,
               seguro está el buen suceso.

Vanse todos. Salen LAURENCIA y FRONDOSO
 
 
LAURENCIA:        A medio torcer los paños,
               quise, atrevido Frondoso
               para no dar qué decir,            
               desvïarme del arroyo;
               decir a tus demasías
               que murmura el pueblo todo,
               que me miras y te miro,
               y todos nos traen sobre ojo.             
               Y como tú eres zagal
               de los que huellan, brioso,
               y excediendo a los demás
               vistes bizarro y costoso,
               en todo lugar no hay moza,               
               o mozo en el prado o soto,
               que no se afirme diciendo
               que ya para en uno somos;     
               y esperan todos el día
               que el sacristán Juan Chamorro         
               nos eche de la tribuna
               en dejando los piporros.
               Y mejor sus trojes vean
               de rubio trigo en agosto
               atestadas y colmadas,               
               y sus tinajas de mosto,
               que tal imaginación
               me ha llegado a dar enojo:
               ni me desvela ni aflige
               ni en ella el cuidado pongo.             
FRONDOSO:      Tal me tienen tus desdenes,
               bella Laurencia, que tomo,
               en el peligro de verte,
               la vida, cuando te oigo.
               Si sabes que es mi intención               
               el desear ser tu esposo,
               mal premio das a mi fe.
LAURENCIA:     Es que yo no sé dar otro.
FRONDOSO:      ¿Posible es que no te duelas
               de verme tan cuidadoso              
               y que imaginando en ti
               ni bebo, duermo ni como?
               ¿Posible es tanto rigor
               en ese angélico rostro?
               ¡Viven los cielos, que rabio!       
LAURENCIA:     Pues salúdate, Frondoso.
FRONDOSO       Ya te pido yo salud,
               y que ambos, como palomos,
               estemos, juntos los picos,
               con arrullos sonorosos,        
               después de darnos la iglesia...
LAURENCIA:     Dilo a mi tío Juan Rojo;
               que aunque no te quiero bien,
               ya tengo algunos asomos.
FRONDOSO:      ¡Ay de mí!  El señor es éste.       
LAURENCIA:     Tirando viene a algún corzo.
               Escóndete en esas ramas.
FRONDOSO:      Y ¡con qué celos me escondo!

Sale el COMENDADOR
 
 
COMENDADOR:    No es malo venir siguiendo
               un corcillo temeroso,               
               y topar tan bella gama.
LAURENCIA:     Aquí descansaba un poco
               de haber lavado unos paños;
               y así, al arroyo me torno,
               si manda su señoría.            
COMENDADOR:    Aquesos desdenes toscos
               afrentan, bella Laurencia,
               las gracias que el poderoso
               cielo te dio, de tal suerte,
               que vienes a ser un monstruo.       
               Mas si otras veces pudiste
               hüír mi ruego amoroso,
               agora no quiere el campo,
               amigo secreto y solo;
               que tú sola no has de ser              
               tan soberbia, que tu rostro
               huyas al señor que tienes,
               teniéndome a mí en tan poco.
               ¿No se rindió Sebastiana,
               mujer de Pedro Redondo,             
               con ser casadas entrambas,
               y la de Martín del Pozo,
               habiendo apenas pasado
               dos días del desposorio?
LAURENCIA:     Ésas, señor, ya tenían  
               de haber andado con otros
               el camino de agradaros;
               porque también muchos mozos
               merecieron sus favores.
               Id con Dios, tras vueso corzo;           
               que a no veros con la cruz,
               os tuviera por demonio,
               pues tanto me perseguís.
COMENDADOR:    ¡Qué estilo tan enfadoso!
               Pongo la ballesta en tierra              
               [puesto que aquí estamos solos],
               y a la práctica de manos
               reduzco melindres.
LAURENCIA:                        ¿Cómo?
               ¿Eso hacéis?  ¿Estáis en vos?

Sale FRONDOSO y toma la ballesta
 
 
COMENDADOR:    No te defiendas.
FRONDOSO:                      Si tomo             
               la ballesta ¡vive el cielo
               que no la ponga en el hombro!
COMENDADOR:    Acaba, ríndete.
LAURENCIA:                    ¡Cielos,
               ayúdame agora!
COMENDADOR:                   Solos
               estamos; no tengas miedo.                
FRONDOSO:      Comendador generoso,
               dejad la moza, o creed
               que de mi agravio y enojo
               será blanco vuestro pecho,
               aunque la cruz me da asombro.       
COMENDADOR:    ¡Perro, villano!...
FRONDOSO:                          No hay perro.
               Huye, Laurencia.
LAURENCIA:                      Frondoso,
               mira lo que haces.
FRONDOSO:                          Vete.

Vase LAURENCIA
 
 
COMENDADOR:    ¡Oh, mal haya el hombre loco,
               que se desciñe la espada!         
               Que, de no espantar medroso
               la caza, me la quité.
FRONDOSO:      Pues, pardiez, señor, si toco
               la nuez, que os he de apiolar.
COMENDADOR:    Ya es ida.  Infame, alevoso,        
               suelta la ballesta luego.
               Suéltala, villano. 
FRONDOSO:                          ¿Cómo?
               Que me quitaréis la vida.
               Y advertid que Amor es sordo,
               y que no escucha palabras           
               el día que está en su trono.
COMENDADOR:    Pues, ¿la espalda ha de volver
               un hombre tan valeroso
               a un villano?  Tira, infame,
               tira, y guárdate; que rompo       
               las leyes de caballero.
FRONDOSO:      Eso, no.  Yo me conformo
               con mi estado, y, pues me es
               guardar la vida forzoso,
               con la ballesta me voy.        
COMENDADOR:    ¡Peligro extraño y notorio!
               Mas yo tomaré venganza
               del agravio y del estorbo.
               ¡Que no cerrara con él!
               ¡Vive el cielo, que me corro!

 

FIN DEL PRIMER ACTO


ACTO SEGUNDO

 

Salen ESTEBAN y otro REGIDOR
 
 
ESTEBAN:          Así tenga salud, como parece,
               que no se saque más agora el pósito.
               El año apunta mal, y el tiempo crece,
               y es mejor que el sustento esté en depósito,
               aunque lo contradicen más de trece.        
REGIDOR:       Yo siempre he sido, al fin, de este propósito,
               en gobernar en paz esta república.
ESTEBAN:       Hagamos de ello a Fernán Gómez súplica.
                  No se puede sufrir que estos astrólogos,
               en las cosas futuras ignorantes,                  
               nos quieran persuadir con largos prólogos
               los secretos a Dios sólo importantes.
               ¡Bueno es que, presumiendo de teólogos,
               hagan un tiempo en el que después y ante!
               Y pidiendo el presente lo importante,          
                  al más sabio veréis más ignorante.
               ¿Tienen ellos las nubes en su casa
               y el proceder de las celestes lumbres?
               ¿Por dónde ven los que en el cielo pasa,
               para darnos con ella pesadumbres?                 
               Ellos en el sembrar nos ponen tasa:
               dacá el trigo, cebada y las legumbres,
               calabazas, pepinos y mostazas...
               Ellos son, a la fe, las calabazas.
                  Luego cuentan que muere una cabeza,            
               y después viene a ser en Transilvania;
               que el vino será poco, y la cerveza
               sobrará por las partes de Alemania; 
               que se helará en Gascuña la cereza,
               y que habrá muchos tigres en Hircania.     
                    Y al cabo, que se siembre o no se siembre,
               el año se remata por diciembre.

Salen el licenciado LEONELO y BARRILDO
 
 
LEONELO:          A fe que no ganéis la palmatoria,
               porque ya está ocupado el mentidero.
BARRILDO:      ¿Cómo os fue en Salamanca?
LEONELO:                                Es larga historia.   
BARRILDO:      Un Bártulo seréis.
LEONELO:                           Ni aun un barbero.
               Es, como digo, cosa muy notoria
               en esta facultad lo que os refiero.
BARRILDO:      Sin duda que venís buen estudiante.
LEONELO:       Saber he procurado lo importante.                 
BARRILDO:         Después que vemos tanto libro impreso,
               no hay nadie que de sabio no presuma.
LEONELO:       Antes que ignoran más siento por eso,
               por no se reducir a breve suma;
               porque la confusión, con el exceso,        
               los intentos resuelve en vana espuma;
               y aquel que de leer tiene más uso,
               de ver letreros sólo está confuso.  
                  No niego yo que de imprimir el arte
               mil ingenios sacó de entre la jerga,       
                  y que parece que en sagrada parte
               sus obras guarda y contra el tiempo alberga;
               éste las distribuye y las reparte.
               Débese esta invención a Gutemberga,
               un famoso tudesco de Maguncia,               
               en quien la fama su valor renuncia.
                  Mas muchos que opinión tuvieron grave
               por imprimir sus obras la perdieron;
               tras esto, con el nombre del que sabe
               muchos sus ignorancias imprimieron.     
               Otros, en quien la baja envidia cabe,
               sus locos desatinos escribieron,
               y con nombre de aquél que aborrecían
               impresos por el mundo los envían.
BARRILDO:         No soy de esa opinión.
LEONELO:                                El ignorante        
               es justo que se vengue del letrado.
BARRILDO:      Leonelo, la impresión es importante.
LEONELO:       Sin ella muchos siglos se han pasado,
               y no vemos que en éste se levante
               [..................           --ado]              
               un Jerónimo santo, un Agustino.
BARRILDO:      Dejadlo y asentaos, que estáis mohino.

Salen JUAN ROJO y otro LABRADOR
 
 
JUAN ROJO:        No hay en cuatro haciendas para un dote,
               si es que las vistas han de ser al uso;
               que el hombre que es curioso es bien que note     
               que en esto el barrio y vulgo anda confuso.
LABRADOR:      ¿Qué hay del comendador?  No os alborote.
JUAN ROJO:     ¡Cuál a Laurencia en ese campo puso!
LABRADOR:      ¿Quién fue cual él tan bárbaro y lascivo?
               Colgado le vea yo de aquel olivo.

Salen el COMENDADOR, ORTUÑO y FLORES
 
 
COMENDADOR:       Dios guarde la buena gente.
REGIDOR:       ¡Oh, señor!
COMENDADOR:                 Por vida mía,
               que se estén.
ESTEBAN:                      Vuseñoría
               adonde suele se siente,
                  que en pie estaremos muy bien.                 
COMENDADOR:    Digo que se han de sentar.
ESTEBAN:       De los buenos es honrar,
               que no es posible que den
                  honra los que no la tienen.
COMENDADOR:    Siéntense; hablaremos algo.                
ESTEBAN:       ¿Vio vuseñoría el galgo?
COMENDADOR:    Alcalde, espantados vienen
                  esos crïados de ver
               tan notable ligereza.
ESTEBAN:       Es una extremada pieza.                           
               Pardiez, que puede correr
                  al lado de un delincuente
               o de un cobarde en qüistión.
COMENDADOR:    Quisiera en esta ocasión
               que le hiciérades pariente                 
                  a una liebre que por pies
               por momentos se me va.
ESTEBAN:       Sí haré, par Dios.  ¿Dónde está?
COMENDADOR:    Allá vuestra hija es.
ESTEBAN:          ¡Mi hija!
COMENDADOR:                 Sí.
ESTEBAN:                         Pues, ¿es buena            
               para alcanzada de vos?
COMENDADOR:    Reñidla, alcalde, por Dios.
ESTEBAN:       ¿Cómo?
COMENDADOR:            Ha dado en darme pena.
                  mujer hay, y principal,
               de alguno que está en la plaza,  
               que dio, a la primera traza,
               traza de verme.
ESTEBAN:                       Hizo mal;
                  y vos, señor, no andáis bien
               en hablar tan libremente.
COMENDADOR:    ¡Oh, qué villano elocuente! 
               ¡Ah, Flores!, haz que le den
                  la Política, en que lea
               de Aristóteles.
ESTEBAN:                        Señor,
               debajo de vuestro honor
               vivir el pueblo desea.
                  Mirad que en Fuenteovejuna
               hay gente muy principal.
LEONELO:       ¿Vióse desvergüenza igual?
COMENDADOR:    Pues, ¿he dicho cosa alguna
                  de que os pese, regidor?                       
REGIDOR:       Lo que decís es injusto;
               no lo digáis, que no es justo
               que nos quitéis el honor.
COMENDADOR:       ¿Vosotros honor tenéis?
               ¡Qué freiles de Calatrava!            
REGIDOR:       Alguno acaso se alaba
               de la cruz que le ponéis,
                  que no es de sangre tan limpia.
COMENDADOR:    Y, ¿ensúciola yo juntando
               la mía a la vuestra?
REGIDOR:                            Cuando                  
               que el mal más tiñe que alimpia.
COMENDADOR:       De cualquier suerte que sea,
               vuestras mujeres se honran.
ESTEBAN:       Esas palabras deshonran;
               las obras no hay quien las crea.             
COMENDADOR:       ¡Qué cansado villanaje!
               ¡Ah!  Bien hayan las ciudades,
               que a hombres de calidades
               no hay quien sus gustos ataje;
                  allá se precian casados            
               que visiten sus mujeres.
ESTEBAN:       No harán; que con esto quieres
               que vivamos descuidados.
                  En las ciudades hay Dios
               y más presto quien castiga.           
COMENDADOR:    Levantaos de aquí.
ESTEBAN:                          ¿Qué diga
               lo que escucháis por los dos?
COMENDADOR:       Salid de la plaza luego;
               no quede ninguno aquí.
ESTEBAN:       Ya nos vamos.            
COMENDADOR:                   Pues no así.                
FLORES:        Que te reportes te ruego.
COMENDADOR:       Querrían hacer corrillo
               los villanos en mi ausencia.
ORTUÑO:        Ten un poco de paciencia.
COMENDADOR:    De tanta me maravillo.                  
                  Cada uno de por sí
               se vayan hasta sus casas.
LEONELO:       ¡Cielo!  ¿Qué por esto pasas?
ESTEBAN:       Ya yo me voy por aquí.

Vanse los LABRADORES
 
 
COMENDADOR:       ¿Qué os parece de esta gente?      
               
ORTUÑO:        No sabes disimular,
               que no quieres escuchar
               el disgusto que se siente.
COMENDADOR:       Éstos ¿se igualan conmigo?
FLORES:        Que no es aqueso igualarse.             
COMENDADOR:    Y el villano, ¿ha de quedarse
               con ballesta y sin castigo?
FLORES:           Anoche pensé que estaba
               a la puerta de Laurencia,
               y a otro, que su presencia              
               y su capilla imitaba,
                  de oreja a oreja le di
               un beneficio famoso.
COMENDADOR:    ¿Dónde estará aquel Frondoso?
FLORES:        Dicen que anda por ahí.               
COMENDADOR:       ¡Por ahí se atreve a andar
               hombre que matarme quiso!
FLORES:        Como el ave sin aviso,
               o como el pez, viene a dar
                  al reclamo o al anzuelo.             
COMENDADOR:    ¡Que a un capitán cuya espada
               tiemblan Córdoba y Granada,
               un labrador, un mozuelo
                  ponga una ballesta al pecho!
               El mundo se acaba, Flores.              
FLORES:        Como eso pueden amores.
ORTUÑO:        Y pues que vive, sospecho
                  que grande amistad le debes.
COMENDADOR:    Yo he disimulado, Ortuño;
               que si no, de punta a puño,           
               antes de dos horas breves,
                  pasara todo el lugar;
               que hasta que llegue ocasión
               al freno de la razón
               hago la venganza estar.                 
                  ¿Qué hay de Pascuala?
FLORES:                                 Responde
               que anda agora por casarse.
COMENDADOR:    ¿Hasta allí quiere fïarse?
FLORES:        En fin, te remite donde
                  te pagarán de contado.             
COMENDADOR:    ¿Qué hay de Olalla?
ORTU˜O:                            Una graciosa
               respuesta.
COMENDADOR:                 Es moza brïosa.
               ¿Cómo?
ORTUÑO:                Que su desposado
                  anda tras ella estos días
               celoso de mis recados                   
               y de que con tus crïados
               a visitarla venías;
                  pero que si se descuida
               entrarás como primero.
COMENDADOR:    ¡Bueno, a fe de caballero!              
               Pero el villanejo cuida...
ORTUÑO:           Cuida, y anda por los aires.
COMENDADOR:    ¿Qué hay de Inés?
FLORES:                         ¿Cuál?
COMENDADOR:                          La de Antón.
FLORES:        Para cualquier ocasión
               ya ha ofrecido sus donaires.       
                  Habléla por el corral,
               por donde has de entrar si quieres.
COMENDADOR:    A las fáciles mujeres
               quiero bien y pago mal.
                  Si éstas supiesen, ¡oh, Flores!,   
               estimarse en lo que valen...
FLORES:        No hay disgustos que se igualen
               a contrastar sus favores.
                  Rendirse presto desdice
               de la esperanza del bien;               
               mas hay mujeres también,
               porque el filósofo dice,
                  que apetecen a los hombres
               como la forma desea
               la materia; y que esto sea              
               así, no hay de qué te asombres.
COMENDADOR:       Un hombre de amores loco
               huélgase que a su accidente
               se le rindan fácilmente,
               mas después las tiene en poco,        
                  y el camino de olvidar,
               al hombre más obligado
               es haber poco costado
               lo que pudo desear.

Sale CIMBRANOS, soldado
 
 
CIMBRANOS:        ¿Está aquí el comendador?   
ORTUÑO:        ¿No le ves en tu presencia?
CIMBRANO:      ¡Oh, gallardo Fernán Gómez!
               Trueca la verde montera
               en el blanco morrión
               y el gabán en armas nuevas;           
               que el maestre de Santiago
               y el conde de Cabra cercan
               a don Rodrigo Girón,
               por la castellana reina,
               en Ciudad Real; de suerte               
               que no es mucho que se pierda
               lo que en Calatrava sabes
               que tanta sangre le cuesta.
               Ya divisan con las luces,
               desde las altas almenas                 
               los castillo y leones
               y barras aragonesas.
               Y aunque el rey de Portugal
               honrar a Girón quisiera,
               no hará poco en que el maestre        
               a Almagro con vida vuelva.    
               Ponte a caballo, señor;
               que sólo con que te vean
               se volverán a Castilla.
COMENDADOR:    No prosigas; tente, espera.             
               Haz, Ortuño, que en la plaza
               toquen luego una trompeta.
               ¿Qué soldados tengo aquí?
ORTUÑO:        Pienso que tienes cincuenta.
COMENDADOR:    Pónganse a caballo todos.                  
CIMBRANOS:     Si no caminas apriesa,
               Ciudad Real es del rey.
COMENDADOR:    No hayas miedo que lo sea.

Vanse TODOS. Salen MENGO, LAURENCIA y PASCUALA, huyendo
 
 
PASCUALA:         No te apartes de nosotras.
MENGO:         Pues, ¿a qué tenéis temor?     
LAURENCIA:     Mengo, a la villa es mejor
               que vamos unas con otras,
                  pues que no hay hombre ninguno,
               porque no demos con él.
MENGO:         ¡Que este demonio crüel            
               nos sea tan importuno!
LAURENCIA:        No nos deja a sol ni a sombra.
MENGO:         ¡Oh!  Rayo del cielo baje
               que sus locuras ataje.
LAURENCIA:     Sangrienta fiera le nombra;             
                  arsénico y pestilencia
               del lugar.
MENGO:                    Hanme contado
               que Frondoso, aquí en el prado,
               para librarte, Laurencia,
                  le puso al pecho una jara.           
LAURENCIA:     Los hombres aborrecía,
               Mengo; mas desde aquel día
               los miro con otra cara. 
                  ¡Gran valor tuvo Frondoso!
               Pienso que le ha de costar              
               la vida.
MENGO:                   Que del lugar
               se vaya, será forzoso.
LAURENCIA:        Aunque ya le quiero bien,
               eso mismo le aconsejo;
               mas recibe mi consejo                   
               con ira, rabia y desdén;
                  y jura el comendador
               que le ha de colgar de un pie.
PASCUALA:      ¡Mal garrotillo le dé!
MENGO:         Mala pedrada es mejor!                  
                  ¡Voto al sol, si le tirara
               con la que llevo al apero,
               que al sonar el crujidero
               al casco se la encajara!
                  No fue Sábalo, el romano,          
               tan vicioso por jamás.
LAURENCIA:     Heliogábalo dirás,
               más que una fiera inhumano.
MENGO:            Pero Galván, o quien fue,
               que yo no entiendo de historia;         
               mas su cativa memoria
               vencida de éste se ve.
                  ¿Hay hombre en naturaleza
               como Fernán Gómez?  
PASCUALA:                          No;
               que parece que le dio                   
               de una tigre la aspereza.

Sale JACINTA
 
 
JACINTA:          Dadme socorro, por Dios,
               si la amistad os obliga.
LAURENCIA:     ¿Qué es esto, Jacinta amiga?
PASCUALA:      Tuyas lo somos las dos.                 
JACINTA:          Del comendador crïados,
               que van a Ciudad Real,
               más de infamia natural
               que de noble acero armados,
                  me quieren llevar a él.            
LAURENCIA:     Pues, Jacinta, Dios te libre;
               que cuando contigo es libre,
               conmigo será crüel.

Vase LAURENCIA
 
 
PASCUALA:         Jacinta, yo no soy hombre
               que te pueda defender.

Vase PASCUALA
 
 
MENGO:         Yo sí lo tengo de ser,
               porque tengo el ser y el nombre.
                  Llégate, Jacinta, a mí.
JACINTA:       ¿Tienes armas?
MENGO:                        Las primeras
               del mundo.
JACINTA:                  ¡Oh, si las tuvieras!         
MENGO:         Piedras hay, Jacinta, aquí.

Salen FLORES y ORTUÑO
 
                              
FLORES:           ¿Por los pies pensabas irte?
JACINTA:       ¡Mengo, muerta soy!
MENGO:                             Señores...
               ¿A estos pobres labradores?...
ORTUÑO:        Pues, ¿tú quieres persuadirte         
                  a defender la mujer?
MENGO:         Con los ruegos la defiendo;
               que soy su deudo y pretendo
               guardarla, si puede ser.
FLORES:           Quitadle luego la vida.              
MENGO:         ¡Voto al sol, si me emberrincho,
               y el cáñamo me descincho,
               que la llevéis bien vendida!

Salen el COMENDADOR y CIMBRANOS
 
 
COMENDADOR:       ¿Qué es eso?  ¿A cosas tan viles
               me habéis de hacer apear?             
FLORES:        Gente de este vil lugar,
               que ya es razón que aniquiles,
                  pues en nada te da gusto,
               a nuestras armas se atreve.
MENGO:         Señor, si piedad os mueve             
               de suceso tan injusto,
                  castigad estos soldados,
               que con vuestro nombre agora
               roban una labradora
               a esposo y padres honrados;             
                  y dadme licencia a mí
               que se la pueda llevar.
COMENDADOR:    Licencia les quiero dar...
               para vengarse de ti.
                  Suelta la honda.
MENGO:                             Señor!       
COMENDADOR:    Flores, Ortuño, Cimbranos,
               con ella le atad las manos.
MENGO:         ¿Así volvéis por su honor?
COMENDADOR:       ¿Qué piensan Fuenteovejuna
               y sus villanos de mí?                 
MENGO:         Señor, ¿en qué os ofendí,
               ni el pueblo en cosa ninguna?
FLORES:           ¿Ha de morir?
COMENDADOR:                     No ensuciéis
               las armas, que habéis de honrar
               en otro mejor lugar.                    
ORTUÑO:        ¿Qué mandas?
COMENDADOR:                  Que lo azotéis.
                  Llevadle, y en ese roble
               le atad y le desnudad,
               y con las riendas...
MENGO:                              ¡Piedad!
               ¡Piedad, pues sois hombre noble!        
COMENDADOR:       Azotadle hasta que salten
               los hierros de las correas.
MENGO:         ¡Cielos!  ¿A hazañas tan feas
               queréis que castigos falten?

Vanse MENGO, FLORES y ORTUÑO
 
 
COMENDADOR:       Tú, villana, ¿por qué huyes?            
               ¿Es mejor un labrador
               que un hombre de mi valor?
JACINTA:       ¡Harto bien me restituyes
                  el honor que me han quitado
               en llevarme para ti!                    
COMENDADOR:    ¿En quererte llevar?
JACINTA:                            Sí;
               porque tengo un padre honrado,
                  que si en alto nacimiento
               no te iguala, en las costumbres
               te vence.
COMENDADOR:               Las pesadumbres         
               y el villano atrevimiento
                  no tiemplan bien un airado.
               Tira por ahí.
JACINTA:                      ¿Con quién?
COMENDADOR:    Conmigo.
JACINTA:                 Míralo bien.
COMENDADOR:    Para tu mal lo he mirado.               
                  Ya no mía, del bagaje
               del ejército has de ser.
JACINTA:       No tiene el mundo poder
               para hacerme, viva, ultraje.
COMENDADOR:       ¡Ea, villana, camina!
JACINTA:       ¡Piedad, señor!
COMENDADOR:                     No hay piedad.
JACINTA:       Apelo de tu crueldad
               a la justicia divina.

Llévanla y vanse. Salen LAURENCIA y FRONDOSO
 
 
LAURENCIA:        ¿Cómo así a venir te atreves,
               sin temer tu daño.
FRONDOSO:                           Ha sido       
               dar testimonio cumplido
               de la afición que me debes.
                  Desde aquel recuesto vi
               salir al comendador,
               y fïado en tu valor                
               todo mi temor perdí.
                  Vaya donde no le vean
               volver.
LAURENCIA:              Tente en maldecir,
               porque suele más vivir
               al que la muerte desean.                
FRONDOSO:         Si es eso, viva mil años,
               y así se hará todo bien
               pues deseándole bien,
               estarán ciertos sus daños.
                  Laurencia, deseo saber               
               si vive en ti mi cuidado,
               y si mi lealtad ha hallado
               el puerto de merecer.
                  Mira que toda la villa
               ya para en uno nos tiene;               
               y de cómo a ser no viene
               la villa se maravilla.
                  Los desdeñosos extremos
               deja, y responde "no" o "sí."
LAURENCIA:     Pues a la villa y a ti                  
               respondo que lo seremos.
FRONDOSO:         Deja que tus plantas bese
               Por la merced recibida,
               pues el cobrar nueva vida
               por ella es bien que confiese.          
LAURENCIA:        De cumplimientos acorta;
               y para que mejor cuadre,
               habla, Frondoso, a mi padre,
               pues es lo que más importa,
                  que allí viene con mi tío;
               y fía que ha de tener
               ser, Frondoso, tu mujer
               buen suceso.
FRONDOSO:                    En Dios confío.

Escóndese LAURENCIA. Salen ESTEBAN, alcalde, y el REGIDOR
 
 
ESTEBAN:          Fue su término de modo,
               que la plaza alborotó.                
               En efecto, procedió
               muy descomedido en todo.
                  No hay a quien admiración
               sus demasías no den;
               la pobre Jacinta es quien               
               pierde por su sinrazón.
REGIDOR:          Ya a los católicos reyes,
               que este nombre les dan ya,
               presto España les dará
               la obediencia de sus leyes.             
                  Ya sobre Ciudad Real,
               contra el Girón que la tiene,
               Santiago a caballo viene
               por capitán general.
                  Pésame; que era Jacinta                 
               doncella de buena pro.
ESTEBAN:       Luego a Mengo le azotó.
REGIDOR:       No hay negra bayeta o tinta
                  como sus carnes están.
ESTEBAN:       Callad; que me siento arder             
               viendo su mal proceder
               y el mal nombre que le dan.
                  Yo, ¿para qué traigo aquí
               este palo sin provecho?
REGIDOR:       Si sus crïados lo han hecho             
               ¿de qué os afligís así?
ESTEBAN:          ¿Queréis más? Que me contaron
               que a la de Pedro Redondo
               un día, que en lo más hondo
               de este valle la encontraron,      
                  después de sus insolencias,
               a sus crïados la dio.
REGIDOR:       Aquí hay gente.  ¿Quién es?
FRONDOSO:                                   Yo,
               que espero vuestras licencias.
ESTEBAN:          Para mi casa, Frondoso,              
               licencia no es menester;
               debes a tu padre el ser
               y a mí otro ser amoroso.
                  Hete crïado, y te quiero
               como a hijo.
FRONDOSO:                    Pues señor,             
               fïado en aquese amor,
               de ti una merced espero.
                  Ya sabes de quién soy hijo.
ESTEBAN:       ¿Hate agraviado ese loco
               de Fernán Gómez?
FRONDOSO:                        No poco.          
ESTEBAN:       El corazón me lo dijo.
FRONDOSO:         Pues señor, con el seguro
               del amor que habéis mostrado,
               de Laurencia enamorado,
               el ser su esposo procuro.               
                  Perdona si en el pedir
               mi lengua se ha adelantado;
               que he sido en decirlo osado,
               como otro lo ha de decir.
ESTEBAN:          Vienes, Frondoso, a ocasión        
               que me alargarás la vida,
               por la cosa más temida
               que siente mi corazón.
                  Agradezco, hijo, al cielo
               que así vuelvas por mi honor               
               y agradézcole a tu amor
               la limpieza de tu celo.
                  Mas como es justo, es razón
               dar cuenta a tu padre de esto,
               sólo digo que estoy presto,           
               en sabiendo su intención;
                  que yo dichoso me hallo
               en que aqueso llegue a ser.
REGIDOR:       De la moza el parecer
               tomad antes de acetallo.                
ESTEBAN:          No tengáis de eso cuidado,
               que ya el caso está dispuesto.
               Antes de venir a esto,
               entre ellos se ha concertado.
                  En el dote, si advertís,           
               se puede agora tratar;
               que por bien os pienso dar
               algunos maravedís.
FRONDOSO:         Yo dote no he menester;
               de eso no hay que entristeceros.        
REGIDOR:       Pues que no la pide en cueros
               lo podéis agradecer.
ESTEBAN:          Tomaré el parecer de ella;
               si os parece, será bien.
FRONDOSO:      Justo es; que no hace bien              
               quien los gustos atropella.
ESTEBAN:          ¡Hija!  ¡Laurencia!...
LAURENCIA:                              ¿Señor?
ESTEBAN:       Mirad si digo bien yo.
               ¡Ved qué presto respondió!
               Hija Laurencia, mi amor            
                  a preguntarte ha venido
               --apártate aquí-- si es bien
               que a Gila, tu amiga, den
               a Frondoso por marido,
                  que es un honrado zagal,             
               si le hay en Fuenteovejuna...
LAURENCIA:     ¿Gila se casa?
ESTEBAN:                       Y si alguna
               le merece y es su igual...
LAURENCIA:        Yo digo, señor, que sí.
ESTEBAN:       Sí; mas yo digo que es fea            
               y que harto mejor se emplea
               Frondoso, Laurencia en ti.
LAURENCIA:        ¿Aún no se te han olvidado
               los donaires con la edad?
ESTEBAN:       ¿Quiéresle tú?
LAURENCIA:                      Voluntad               
               le he tenido y le he cobrado;
                  pero por lo que tú sabes...
ESTEBAN:       ¿Quieres tú que diga sí?
LAURENCIA:     Dilo tú, señor, por mí.
ESTEBAN:       ¿Yo?  Pues tengo yo las llaves.         
                  Hecho está.  Ven, buscaremos
               a mi compadre en la plaza.
REGIDOR:       Vamos.
ESTEBAN:               Hijo, y en la traza
               del dote, ¿qué le diremos?
                  Que yo bien te puedo dar             
               cuatro mil maravedís.
FRONDOSO:      Señor, ¿eso me decís?
               Mi honor queréis agraviar.
ESTEBAN:          Anda, hijo; que eso es
               cosa que pasa en un día;                   
               que si no hay dote, a fe mía,
               que se echa menos después.

Vanse, y quedan FRONDOSO y LAURENCIA
 
 
LAURENCIA:        Di, Frondoso.  ¿Estás contento?
FRONDOSO:      ¡Cómo si lo estoy!  ¡Es poco,
               pues que no me vuelvo loco              
               de gozo, del bien que siento!
                  Risa vierte el corazón
               por los ojos de alegría
               viéndote, Laurencia mía,
               en tan dulce posesión.

Vanse. Salen el MAESTRE, el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO
 
 
COMENDADOR:       Huye, señor, que no hay otro remedio.
MAESTRE:       La flaqueza del muro lo ha causado,
               y el poderoso ejército enemigo.
COMENDADOR:    Sangre les cuesta e infinitas vidas.
MAESTRE:       Y no se alabarán que en sus despojos       
               pondrán nuestro pendón de Calatrava,
               que a honrar su empresa y los demás bastaba.
COMENDADOR:    Tus designios, Girón, quedan perdidos.
MAESTRE:       ¿Qué puedo hacer, si la fortuna ciega
               a quien hoy levantó, mañana humilla?

Dentro
 
 
VOCES:         ¡Victoria por los reyes de Castilla!
MAESTRE:       Ya coronan de luces las almenas,
               y las ventanas de las torres altas
               entoldan con pendones victoriosos.
COMENDADOR:    Bien pudieran, de sangre que les cuesta.          
               A fe que es más tragedia que no fiesta.
MAESTRE:       Yo vuelvo a Calatrava, Fernán Gómez.
COMENDADOR:    Y yo a Fuenteovejuna, mientras tratas
               o seguir esta parte de tus deudos,
               o reducir la tuya al rey católico.       
MAESTRE:       Yo te diré por cartas lo que intento.
COMENDADOR:    El tiempo ha de enseñarte.
MAESTRE:                                  Ah, pocos años,
               sujetos al rigor de sus engaños!

Vanse. Sale la boda, MÚSICOS, MENGO, FRONDOSO, LAURENCIA, PASCUALA, BARRILDO, ESTEBAN y alcalde JUAN ROJO. Cantan
 
 
MUSICOS:          "¡Vivan muchos años
               los desposados!          
               ¡Vivan muchos años!"
 
MENGO:            A fe que no os ha costado
               mucho trabajo el cantar.
BARRILDO:      Supiéraslo tú trovar
               mejor que él está trovado.          
FRONDOSO:         Mejor entiende de azotes
               Mengo que de versos ya.
MENGO:         Alguno en el valle está,
               para que no te alborotes,
                  a quien el Comendador...             
BARRILDO:      No lo digas, por tu vida;
               que este bárbaro homicida
               a todos quita el honor.
MENGO:            Que me azotasen a mí
               cien soldados aquel día...            
               sola una honda tenía
               [y así una copla escribí;]
                  pero que le hayan echado
               una melecina a un hombre,
               que aunque no diré su nombre               
               todos saben que es honrado,
                  llena de tinta y de chinas
               ¿cómo se puede sufrir?
BARRILDO:      Haríalo por reír.
MENGO:         No hay risa con melecinas;              
                  que aunque es cosa saludable...
               yo me quiero morir luego.
FRONDOSO:      Vaya la copla, te ruego,
               si es la copla razonable.
 
MENGO:            "Vivan muchos años juntos               
               los novios, ruego a los cielos,
               y por envidia ni celos
               ni riñan ni anden en puntos.
               Llevan a entrambos difuntos,
               de puro vivir cansados.            
               ¡Vivan muchos años!"
 
FRONDOSO:         ¡Maldiga el cielo el poeta,
               que tal coplón arrojó!
BARRILDO:      Fue muy presto.
MENGO:                       Pienso yo
               una cosa de esta seta.                  
                  ¿No habéis visto un buñolero
               en el aceite abrasando
               pedazos de masa echando
               hasta llenarse el caldero?
                  ¿Que unos le salen hinchados,        
               otros tuertos y mal hechos,
               ya zurdos y ya derechos,
               ya fritos y ya quemados?
                  Pues así imagino yo
               un poeta componiendo,                   
               la materia previniendo,
               que es quien la masa le dio.
                  Va arrojando verso aprisa
               al caldero del papel,
               confïado en que la miel                  
               cubrirá la burla y risa.
                  Mas poniéndolo en el pecho,
               apenas hay quien los tome;
               tanto que sólo los come
               el mismo que los ha hecho.              
BARRILDO:         Déjate ya de locuras;
               deja los novios hablar.
LAURENCIA:     Las manos nos da a besar.
JUAN ROJO:     Hija, ¿mi mano procuras?
                  Pídela a tu padre luego            
               para ti y para Frondoso.           
ESTEBAN:       Rojo, a ella y a su esposo
               que se la dé el cielo ruego,
                  con su larga bendición.
FRONDOSO:      Los dos a los dos la echad.             
JUAN ROJO:     Ea, tañed y cantad,
               pues que para en uno son.

Cantan
 
 
MUSICOS:          "Al val de Fuenteovejuna
               la niña en cabellos baja;
               el caballero la sigue              
               de la cruz de Calatrava.
               Entre las ramas se esconde,
               de vergonzosa y turbada;
               fingiendo que no le ha visto,
               pone delante las ramas.            
               --¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos
               paredes pasan.--
               Acercóse el caballero,           
               y ella, confusa y turbada,
               hacer quiso celosías
               de las intricadas ramas;
               mas como quien tiene amor
               los mares y las montañas              
               atraviesa fácilmente,
               la dice tales palabras:
               --¿Para qué te escondes,
               niña gallarda?
               Que mis linces deseos              
               paredes pasan--."

Sale el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO y CIMBRANOS
 
 
COMENDADOR:       Estése la boda queda
               y no se alborote nadie.
JUAN ROJO:     No es juego aqueste, señor,
               y basta que tú lo mandes.             
               ¿Quieres lugar?  ¿Cómo vienes
               con tu belicoso alarde?
               ¿Venciste?  Mas, ¿qué pregunto?
FRONDOSO:      ¡Muerto soy!  ¡Cielos, libradme!
LAURENCIA:     Huye por aquí, Frondoso.                   
COMENDADOR:    Eso no; prendedle, atadle.
JUAN ROJO:     Date, muchacho, a prisión.
FRONDOSO:      Pues ¿quieres tú que me maten?
JUAN ROJO:     ¿Por qué?
COMENDADOR:                No soy hombre yo
               que mato sin culpa a nadie;             
               que si lo fuera, le hubieran
               pasado de parte a parte
               esos soldados que traigo.
               Llevarlo mando a la cárcel,
               donde la culpa que tiene                
               sentencie su mismo padre.
PASCUALA:      Señor, mirad que se casa.
COMENDADOR:    ¿Qué me obliga que se case?
               ¿No hay otra gente en el pueblo?
PASCUALA:      Si os ofendió, perdonadle,            
               por ser vos quien sois.
COMENDADOR:                        No es cosa,
               Pascuala, en que yo soy parte.
               Es esto contra el maestre
               Téllez Girón, que Dios guarde;
               es contra toda su orden,                 
               es su honor, y es importante
               para el ejemplo, el castigo;
               que habrá otro día quien trate
               de alzar pendón contra él,
               pues ya sabéis que una tarde               
               al comendador mayor,
               --¡qué vasallos tan leales!--
               puso una ballesta al pecho.  
ESTEBAN:       Supuesto que el disculparle
               ya puede tocar a un suegro,             
               no es mucho que en causas tales
               se descomponga con vos
               un hombre, en efecto, amante;
               porque si vos pretendéis
               su propia mujer quitarle,               
               ¿qué mucho que la defienda?
COMENDADOR:    Majadero sois, alcalde.
ESTEBAN:       Por vuestra virtud, señor,...
COMENDADOR:    Nunca yo quise quitarle
               su mujer, pues no lo era.               
ESTEBAN:       Sí quisistes...  Y esto baste;
               que reyes hay en Castilla,
               que nuevas órdenes hacen,
               con que desórdenes quitan.
               Y harán mal, cuando descansen         
               de las guerras, en sufrir
               en sus villas y lugares
               a hombres tan poderosos
               por traer cruces tan grandes;
               póngasela el rey al pecho,            
               que para pechos reales
               es esa insignia y no más.
COMENDADOR:    ¡Hola!, la vara quitadle.
ESTEBAN:       Tomad, señor, norabuena.
COMENDADOR:    Pues con ella quiero darle              
               como a caballo brïoso.
ESTEBAN:       Por señor os sufro.  Dadme.
PASCUALA:      ¿A un viejo de palos das?
LAURENCIA:     Si le das porque es mi padre,
               ¿qué vengas en él de mí?          
COMENDADOR:    Llevadla, y haced que guarden
               su persona diez soldados.

Vase el COMENDADOR y los suyos
 
 
ESTEBAN:       Justicia del cielo baje.

Vase
 
 
PASCUALA:      Volvióse en luto la boda.

Vase
 
 
BARRILDO:      ¿No hay aquí un hombre que hable?     
MENGO:         Yo tengo ya mis azotes,
               que aún se ven los cardenales
               sin que un hombre vaya a Roma.
               Prueben otros a enojarle. 
JUAN ROJO:     hablemos todos.
MENGO:                         Señores,              
               aquí todo el mundo calle.
               Como ruedas de salmón
               me puso los atabales.

 

FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

 

Salen ESTEBAN, ALONSO y BARRILDO
 
 
ESTEBAN:          ¿No han venido a la junta?
BARRILDO:                                    No han venido.
ESTEBAN:       Pues más a priesa nuestro daño corre.         
BARRILDO:      Ya está lo más del pueblo prevenido.                      
ESTEBAN:          Frondoso con prisiones en la torre,
               y mi hija Laurencia en tanto aprieto,
               si la piedad de Dios no los socorre...

Salen JUAN ROJO y el REGIDOR
 
 
JUAN ROJO:        ¿De qué dais voces, cuando importa tanto           
               a nuestro bien, Esteban, el secreto?
ESTEBAN:       Que doy tan pocas es mayor espanto.

Sale MENGO
 
                              
MENGO:            También vengo yo a hallarme en esta junta.
ESTEBAN:       Un hombre cuyas canas baña el llanto,
               labradores honrados, os pregunta,  
                  ¿qué obsequias debe hacer toda esa gente
               a su patria sin honra, ya perdida?
               Y si se llaman honras justamente,
                  ¿cómo se harán, si no hay entre nosotros
               hombre a quien este bárbaro no afrente?    
               Respondedme:  ¿Hay alguno de vosotros
                  que no esté lastimado en honra y vida?
               ¿No os lamentáis los unos de los otros?
               Pues si ya la tenéis todos perdida,
                  ¿a qué aguardáis?  ¿Qué desventura es ésta?  
JUAN ROJO:     La mayor que en el mundo fue sufrida.
               Mas pues ya se publica y manifiesta
                  que en paz tienen los reyes a Castilla
               y su venida a Córdoba se apresta,
               vayan dos regidores a la villa          
                  y echándose a sus pies pidan remedio.
BARRILDO:      En tanto que Fernando, aquél que humilla
               a tantos enemigos, otro medio
                  será mejor, pues no podrá, ocupado
               hacernos bien, con tanta guerra en medio.    
REGIDOR:       Si mi voto de vos fuera escuchado,
                  desamparar la villa doy por voto.
JUAN ROJO:     ¿Cómo es posible en tiempo limitado?
MENGO:         A la fe, que si entiende el alboroto,
                  que ha de costar la junta alguna vida.    
REGIDOR:       Ya, todo el árbol de paciencia roto,
               corre la nave de temor perdida.
                  La hija quitan con tan gran fiereza
               a un hombre honrado, de quien es regida
               la patria en que vivís, y en la cabeza     
                  la vara quiebran tan injustamente.
               ¿Qué esclavo se trató con más bajeza?
JUAN ROJO:     ¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?
REGIDOR:          Morir, o dar la muerte a los tiranos,
               pues somos muchos, y ellos poca gente.  
BARRILDO:      ¡Contra el señor las armas en las manos!
ESTEBAN:          El rey sólo es señor después del cielo,
               y no bárbaros hombres inhumanos.
               Si Dios ayuda nuestro justo celo,
                  ¿qué nos ha de costar?
MENGO:                                   Mirad, señores,  
               que vais en estas cosas con recelo.
               Puesto que por los simples labradores
                  estoy aquí que más injurias pasan,
               más cuerdo represento sus temores.
JUAN ROJO:     Si nuestras desventuras se compasan,      
                  para perder las vidas, ¿qué aguardamos?
               Las casas y las viñas nos abrasan,
               ¡tiranos son!  ¡A la venganza vamos!

Sale LAURENCIA, desmelenada
 
 
LAURENCIA:        Dejadme entrar, que bien puedo,
               en consejo de los hombres;         
               que bien puede una mujer,
               si no a dar voto, a dar voces.
               ¿Conocéisme?
ESTEBAN:                     ¡Santo cielo!
               ¿No es mi hija?
JUAN ROJO:                     ¿No conoces
               a Laurencia?
LAURENCIA:                   Vengo tal,           
               que mi diferencia os pone
               en contingencia quién soy.
ESTEBAN:       ¡Hija mía!
LAURENCIA:                No me nombres
               tu hija.
ESTEBAN:                ¿Por qué, mis ojos?
               ¿Por qué?
LAURENCIA:               Por muchas razones, 
               y sean las principales:
               porque dejas que me roben
               tiranos sin que me vengues,
               traidores sin que me cobres.
               Aún no era yo de Frondoso,  
               para que digas que tome,
               como marido, venganza;
               que aquí por tu cuenta corre;
               que en tanto que de las bodas
               no haya llegado la noche,          
               del padre, y no del marido,
               la obligación presupone;
               que en tanto que no me entregan
               una joya, aunque la compren,
               no ha de correr por mi cuenta          
               las guardas ni los ladrones.
               Llevóme de vuestros ojos
               a su casa Fernán Gómez;
               la oveja al lobo dejáis
               como cobardes pastores.       
               ¿Qué dagas no vi en mi pecho?
               ¿Qué desatinos enormes,
               qué palabras, qué amenazas,
               y qué delitos atroces,
               por rendir mi castidad        
               a sus apetitos torpes?
               Mis cabellos ¿no lo dicen?
               ¿No se ven aquí los golpes
               de la sangre y las señales?
               ¿Vosotros sois hombres nobles?          
               ¿Vosotros padres y deudos?
               ¿Vosotros, que no se os rompen
               las entrañas de dolor,
               de verme en tantos dolores?
               Ovejas sois, bien lo dice          
               de Fuenteovejuna el hombre.
               Dadme unas armas a mí
               pues sois piedras, pues sois tigres...
               --Tigres no, porque feroces
               siguen quien roba sus hijos,       
               matando los cazadores
               antes que entren por el mar
               y pos sus ondas se arrojen.
               Liebres cobardes nacistes;
               bárbaros sois, no españoles.        
               Gallinas, ¡vuestras mujeres
               sufrís que otros hombres gocen!
               Poneos ruecas en la cinta.
               ¿Para qué os ceñís estoques?
               ¡Vive Dios, que he de trazar       
               que solas mujeres cobren
               la honra de estos tiranos,
               la sangre de estos traidores,
               y que os han de tirar piedras,     
               hilanderas, maricones,
               amujerados, cobardes,
               y que mañana os adornen
               nuestras tocas y basquiñas,
               solimanes y colores!          
               A Frondoso quiere ya,
               sin sentencia, sin pregones,
               colgar el comendador
               del almena de una torre;
               de todos hará lo mismo;          
               y yo me huelgo, medio-hombres,
               por que quede sin mujeres
               esta villa honrada, y torne
               aquel siglo de amazonas,
               eterno espanto del orbe.      
ESTEBAN:       Yo, hija, no soy de aquellos
               que permiten que los nombres
               con esos títulos viles.
               Iré solo, si se pone
               todo el mundo contra mí.         
JUAN ROJO:     Y yo, por más que me asombre
               la grandeza del contrario.
REGIDOR:       ¡Muramos todos!
BARRILDO:                    Descoge
               un lienzo al viento en un palo,
               y mueran estos enormes.       
JUAN ROJO:     ¿Qué orden pensáis tener?
MENGO:         Ir a matarle sin orden.
               Juntad el pueblo a una voz;
               que todos están conformes
               en que los tiranos mueran.         
ESTEBAN:       Tomad espadas, lanzones,
               ballestas, chuzos y palos.
MENGO:         ¡Los reyes nuestros señores
               vivan!
TODOS:                ¡Vivan muchos años!
MENGO:         ¡Mueran tiranos traidores!         
TODOS:         ¡Tiranos traidores, mueran!

Vanse todos
 
 
LAURENCIA:     Caminad, que el cielo os oye.
               ¡Ah, mujeres de la villa!
               ¡Acudid, por que se cobre
               vuestro honor, acudid, todas!

Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres
 
 
PASCUALA:      ¿Qué es esto?  ¿De qué das voces?
LAURENCIA:     ¿No veis cómo todos van
               a matar a Fernán Gómez,
               y nombres, mozos y muchachos
               furiosos al hecho corren?          
               ¿Será bien que solos ellos
               de esta hazaña el honor gocen?
               Pues no son de las mujeres
               sus agravios los menores.
JACINTA:       Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?   
LAURENCIA:     Que puestas todas en orden,
               acometamos a un hecho
               que dé espanto a todo el orbe.
               Jacinta, tu grande agravio,
               que sea cabo; responde        
               de una escuadra de mujeres.
JACINTA:       No son los tuyos menores.
LAURENCIA:     Pascuala, alférez serás.
PASCUALA:      Pues déjame que enarbole
               en un asta la bandera.        
               Verás si merezco el nombre.
LAURENCIA:     No hay espacio para eso,
               pues la dicha nos socorre.
               Bien nos basta que llevemos
               nuestras tocas por pendones.       
PASCUALA:      Nombremos un capitán.
LAURENCIA:     Eso no.
PASCUALA:             ¿Por qué?
LAURENCIA:                       Que adonde
               asiste mi gran valor
               no hay Cides ni Rodamontes.

Vanse todas. Sale FRONDOSO, atadas las manos, FLORES, ORTUÑO, CIMBRANOS y el COMENDADOR
 
 
COMENDADOR:       De ese cordel que de las manos sobra           
               quiero que le colguéis, por mayor pena.
FRONDOSO:      ¡Qué nombre, gran señor, tu sangre cobra!
COMENDADOR:    Colgadle luego en la primera almena.
FRONDOSO:      Nunca fue mi intención poner por obra
               tu muerte entonces.
FLORES:                             Grande ruido suena.

Ruido suene dentro
 
                              
COMENDADOR:    ¿Ruido?
FLORES:                Y de manera que interrompen
               tu justicia, señor.
ORTUÑO:                            Las puertas rompen.

Ruido
 
 
COMENDADOR:       ¡La puerta de mi casa, y siendo casa
               de la encomienda!
FLORES:                          El pueblo junto viene.

Dentro
 
 
JUAN ROJO:     ¡Rompe, derriba, hunde, quema, abrasa!  
ORTUNO:        Un popular motín mal se detiene.
COMENDADOR:    ¿El pueblo contra mí?
FLORES:                                 La furia: pasa
               tan adelante, que las puertas tiene
               echadas por la tierra.
COMENDADOR:                            Desatalde.
               Templa, Frondoso, ese villano alcalde.  
FRONDOSO:         Yo voy, señor; que amor les ha movido.

Vase FRONDOSO. Dentro
 
 
MENGO:         ¡Vivan Fernando e Isabel, y mueran
               los traidores!
FLORES:                        Señor, por Dios te pido
               que no te hallen aquí.
COMENDADOR:                           Se perseveran,
               este aposento es fuerte y defendido.    
               Ellos se volverán.
FLORES:                           Cuando se alteran
               los pueblos agraviados, y resuelven,
               nunca sin sangre o sin venganza vuelven.
COMENDADOR:       En esta puerta, así como rastrillo
               su furor con las armas defendamos.

Dentro
 
 
FRONDOSO:      ¡Viva Fuenteovejuna!
COMENDADOR:                   ¡Qué caudillo!
               Estoy por que a su furia acometamos.
FLORES:        De la tuya, señor, me maravillo.
ESTEBAN:       Ya el tirano y los cómplices miramos.
               ¡Fuenteovejuna, y los tiranos mueran!

Salen todos
 
 
COMENDADOR:    Pueblo, esperad.
TODOS:                          Agravios nunca esperan.
COMENDADOR:       Decídmelos a mí, que iré pagando
               a fe de caballero esos errores.
TODOS:         ¡Fuenteovejuna!  ¡Viva el rey Fernando!
               ¡Mueran malos cristianos y traidores!   
COMENDADOR:    ¿No me queréis oír?  Yo estoy hablando,
               yo soy vuestro señor.
TODOS:                               Nuestros señores
               son los reyes católicos.
COMENDADOR:                              Espera.
TODOS:         ¡Fuenteovejuna, y Fernán Gómez muera!

Vanse y salen las mujeres armadas
 
 
LAURENCIA:        Parad en este puesto de esperanzas,  
               soldados atrevidos, no mujeres.
PASCUALA:      ¿Los que mujeres son en las venganzas,
               en él beban su sangre, es bien que esperes?
JACINTA:       Su cuerpo recojamos en las lanzas.
PASCUALA:      Todas son de esos mismos pareceres.

Dentro
 
 
ESTEBAN:       ¡Muere, traidor comendador!

Dentro
 
 
COMENDADOR:                  Ya muero.
               ¡Piedad, Señor, que en tu clemencia espero!

Dentro
 
 
BARRILDO:         Aquí está Flores.

Dentro
 
 
MENGO:                               Dale a ese bellaco;
               que ése fue el que me dio dos mil azotes.

Dentro
 
 
FRONDOSO:      No me vengo si el alma no le saco. 
LAURENCIA:     No excusamos entrar.
PASCUALA:                            No te alborotes.
               Bien es guardar la puerta.

Dentro
 
 
BARRILDO:                                  No me aplaco.
               ¿Con lágrimas agora, marquesotes?
LAURENCIA:     Pascuala, yo entro dentro; que la espada
               no ha de estar tan sujeta ni envainada.

Vase LAURENCIA. Dentro
 
 
BARRILDO:         Aquí está Ortuño.

Dentro
 
 
FRONDOSO:                            Córtale la cara.

Sale FLORES huyendo, y MENGO tras él
 
 
FLORES:        ¡Mengo, piedad, que no soy yo el culpado!
MENGO:         Cuando ser alcahuete no bastara,
               bastaba haberme el pícaro azotado.
PASCUALA:      Dánoslo a las mujeres, Mengo, para... 
               Acaba, por tu vida.
MENGO:                              Ya está dado;
               que no le quiero yo mayor castigo.
PASCUALA:      Vengaré tus azotes.
MENGO:                               Eso digo.
JACINTA:          ¡Ea, muera el traidor!
FLORES:                                  ¿Entre mujeres?
JACINTA:       ¿No le viene muy ancho?
PASCUALA:                              ¿Aqueso lloras? 
JACINTA:       Muere, concertador de sus placeres.
LAURENCIA:     ¡Ea, muera el traidor!
FLORES:                               ¡Piedad, señoras!

Sale ORTUñO huyendo de LAURENCIA
 
 
ORTUÑO:        Mira que no soy yo...
LAURENCIA:                           Ya sé quién eres.
               Entrad, teñid las armas vencedoras
               en estos viles.
PASCUALA:                        Moriré matando.     
TODAS:         ¡Fuenteovejuna, y viva el rey Fernando!

Vanse. Salen el REY don Fernando y la reina ISABEL, y don MANRIQUE, maestre
 
 
MANRIQUE:         De modo la prevención
               fue, que el efeto esperado
               llegamos a ver logrado
               con poca contradicción.          
                  Hubo poca resistencia;
               y supuesto que la hubiera
               sin duda ninguna fuera
               de poca o ninguna esencia.
                  Queda el de Cabra ocupado       
               en conservación del puesto,
               por si volviere dispuesto
               a él el contrario osado.
REY:              Discreto el acuerdo fue,
               y que asista en conveniente,       
               y reformando la gente,
               el paso tomado esté.
                  Que con eso se asegura
               no poder hacernos mal
               Alfonso, que en Portugal      
               tomar la fuerza procura.
                  Y si de Cabra es bien que esté
               en ese sitio asistente,
               y como tan diligente
               muestras de su valor dé;         
                  porque con esto asegura
               el daño que nos recela,
               y como fiel centinela
               el bien del reino procura.

Sale FLORES, herido
 
 
FLORES:           Católico rey Fernando,        
               a quien el cielo concede
               la corona de Castilla,
               como a varón excelente:
               oye la mayor crueldad
               que se ha visto entre las gentes        
               desde donde nace el sol
               hasta donde se oscurece.
REY:           Repórtate.
FLORES:                 Rey supremo,
               mis heridas no consienten
               dilatar el triste caso,       
               por ser mi vida tan breve.
               De Fuenteovejuna vengo,
               donde, con pecho inclemente,
               los vecinos de la villa
               a su señor dieron muerte,        
               Muerto Fernán Gómez queda
               por sus súbditos aleves;
               que vasallos indignados
               con leve cause se atreven.
               En título de tirano         
               le acumula todo el plebe,
               y a la fuerza de esta voz
               el hecho fiero acometen;
               y quebrantando su casa,
               no atendiendo a que se ofrece      
               por la fe de caballero
               a que pagará a quien debe,
               no sólo no le escucharon,
               pero con furia impaciente
               rompen el cruzado pecho       
               con mil heridas crüeles,
               y por las altas ventanas
               le hacen que al suelo vuele,
               adonde en picas y espadas
               le recogen las mujeres.       
               Llévanle a una casa muerto
               y a porfía, quien más puede
               mesa su barba u cabello
               y apriesa su rostro hieren.
               En efecto fue la furia        
               tan grande que en ellos crece,
               que las mayores tajadas
               las orejas a ser vienen.
               Sus armas borran con picas
               y a voces dicen que quieren        
               tus reales armas fijar,
               porque aquéllas le ofenden. 
               Saqueáronle la casa,
               cual si de enemigos fuese,
               y gozosos entre todos         
               han repartido sus bienes.
               Lo dicho he visto escondido,
               porque mi infelice suerte
               en tal trance no permite
               que mi vida se perdiese;      
               y así estuve todo el día
               hasta que la noche viene,
               y salir pude escondido
               para que cuenta te diese.
               Haz, señor, pues eres justo      
               que la justa pena lleven
               de tan riguroso caso
               los bárbaros delincuentes;
               mira que su sangre a voces
               pide que tu rigor prueben.         
REY:           Estar puedes confïado
               que sin castigo no queden.
               El triste suceso ha sido
               tal, que admirado me tiene,
               y que vaya luego un juez      
               que lo averigüe conviene
               y castigue los culpados
               para ejemplo de las gentes.
               Vaya un capitán con él
               por que seguridad lleve;      
               que tan grande atrevimiento
               castigo ejemplar requiere;
               y curad a ese soldado
               de las heridas que tiene.

Vanse todos. Salen los labradores y las labradoras con la cabeza de FERNÁN GÓMEZ en una lanza. Cantan
 
 
MUSICOS:       "¡Muchos años vivan         
               Isabel y Fernando,
               y mueran los tiranos!"
 
BARRILDO:         Diga su copla Frondoso.
FRONDOSO:      Ya va mi copla, a la fe;
               si le faltare algún pie,         
               enmiéndelos el más curioso.
 
                  "¡Vivan la bella Isabel,
	       y Fernando de Aragón,	
               pues que para en uno son,
               él con ella, ella con él!
               A los cielos San Miguel       
               lleve a los dos de las manos.
               ¡Vivan muchos años,
               y mueran los tiranos!"
 
LAURENCIA:        Diga Barrildo.
BARRILDO:                     Ya va;
               que a fe que la he pensado.        
PASCUALA:      Si la dices con cuidado,
               buena y rebuena será.
 
BARRILDO:         "¡Vivan los reyes famosos
               muchos años, pues que tienen
               la victoria, y a ser vienen        
               nuestros dueños venturosos!
               Salgan siempre victoriosos
               de gigantes y de enanos
               y ¡mueran los tiranos!"

Cantan
 
 
MUSICOS:          "Muchos años vivan       
               Isabel y Fernando,
               y mueran los tiranos!"
                              
LAURENCIA:        Diga Mengo.
FRONDOSO:                   Mengo diga.
MENGO:         Yo soy poeta donado.
PASCUALA:      Mejor dirás lastimado       
               el envés de la barriga. 
 
MENGO:            "Una mañana en domingo
               me mandó azotar aquél,
               de manera que el rabel
               daba espantoso respingo;      
               pero agora que los pringo
               ¡vivan los reyes cristiánigos,
               y mueran los tiránigos!"
                              
MUSICOS:          "¡Vivan muchos años!
               Isabel y Fernando,
               y mueran los tiranos!"
 
ESTEBAN:          Quita la cabeza allá.         
MENGO:         Cara tiene de ahorcado.

Saca un escudo JUAN ROJO con las armas reales
 
 
REGIDOR:       Ya las armas han llegado
ESTEBAN:       Mostrad las armas acá.
JUAN ROJO:        ¿Adónde se han de poner?
REGIDOR:       Aquí, en el ayuntamiento.        
ESTEBAN:       ¡Bravo escudo!
BARRILDO:                ¡Qué contento!
FRONDOSO:      Ya comienza a amanecer,
                  con este sol, nuestro día.
ESTEBAN:       ¡Vivan Castilla y León,
               y las barras de Aragón,          
               y muera la tiranía!
                  Advertid, Fuenteovejuna,
               a las palabras de un viejo;
               que el admitir su consejo
               no ha dañado vez ninguna.        
                  Los reyes han de querer
               averiguar este caso,
               y más tan cerca del paso
               y jornada que han de hacer.
                  Concertaos todos a una          
               en lo que habéis de decir.
FRONDOSO:      ¿Qué es tu consejo?
ESTEBAN:                           Morir
               diciendo "Fuenteovejuna,"
                  y a nadie saquen de aquí.
FRONDOSO:      Es el camino derecho.         
               Fuenteovejuna lo ha hecho.
ESTEBAN:       ¿Queréis responder así? 
TODOS:                                  Sí.
ESTEBAN:          Agora pues, yo quiero ser
               agora el pesquisidor,
               para ensayarnos mejor         
               en lo que habemos de hacer.
                  Sea Mengo el que esté puesto
               en el tormento.
MENGO:                         ¿No hallaste
               otro más flaco?
ESTEBAN:                       ¿Pensaste
               que era de veras?
MENGO:                          Di presto.        
ESTEBAN:          ¿Quién mató al comendador?
MENGO:         Fuenteovejuna lo hizo.
ESTEBAN:       Perro, ¿si te martirizo?
MENGO:         Aunque me matéis, señor.
ESTEBAN:          Confiesa, ladrón.
MENGO:                              Confieso.          
ESTEBAN:       Pues, ¿quién fue?
MENGO:                           Fuenteovejuna.
ESTEBAN:       Dadle otra vuelta.
MENGO:                           ¡Es ninguna!
ESTEBAN:       ¡Cagajón para el proceso!

Sale el REGIDOR
 
 
REGIDOR:          ¿Qué hacéis de esta suerte aquí?
FRONDOSO:      ¿Qué ha sucedido, Cuadrado?      
REGIDOR        Pesquisidor ha llegado.
ESTEBAN:       Echad todos por ahí.
REGIDOR:          Con él viene un capitán.
ESTEBAN:       ¡Venga el diablo!  Ya sabéis
               lo que responder tenéis.         
REGIDOR:       El pueblo prendiendo van,
                  sin dejar alma ninguna.
ESTEBAN:       Que no hay que tener temor.
               ¿Quién mató al comendador,
               Mengo?
MENGO:              ¿Quién?  Fuenteovejuna.

Vanse. Salen el MAESTRE y un SOLDADO
 
 
MAESTRE:          ¡Que tal caso ha sucedido!
               Infelice fue su suerte.
               Estoy por darte la muerte
               por la nueva que has traído.
SOLDADO:          Yo, señor, soy mensajero,          
               y enojarte no es mi intento.
MAESTRE:       ¡Que a tal tuvo atrevimiento
               un pueblo enojado y fiero!
                  Iré con quinientos hombres
               y la villa he de asolar;      
               en ella no ha de quedar
               ni aun memoria de los nombres.
SOLDADO:          Señor, tu enojo reporta;
               porque ellos al rey se han dado,
               y no tener enojado       
               al rey es lo que te importa.
MAESTRE:          ¿Cómo al rey se pueden dar,
               si de la encomienda son?
SOLDADO:       Con él, sobre esa razón,
               podrás luego pleitear.      
MAESTRE:          Por pleito, ¿cuándo salió
               lo que él le entregó en sus manos?
               Son señores soberanos,
               y tal reconozco yo.
                  Por saber que al rey se han dado     
               se reportará mi enojo,
               y ver su presencia escojo
               por lo más bien acertado;
                  que puesto que tenga culpa
               en casos de gravedad,         
               en todo mi poca edad
               viene a ser quien me disculpa.
                  Con vergüenza voy; mas es
               honor quien puede obligarme,
               e importa no descuidarme      
               en tan honrado interés.

Vanse. Sale LAURENCIA sola
 
 
LAURENCIA:        Amando, recelar daño en lo amado
               nueva pena de amor se considera;
               que quien en lo que ama daño espera
               aumenta en el temor nuevo cuidado. 
                  El firme pensamiento desvelado,
               si le aflige el temor, fácil se altera;
               que no es a firme fe pena ligera
               ver llevar el temor el bien robado.
                  Mi esposo adoro; la ocasión que veo     
               al temor de su daño me condena,
               si no le ayuda la felice suerte.
                  Al bien suyo se inclina mi deseo:
               si está presenta, está cierta mi pena;
               si está en ausencia, está cierta mi muerte.

Sale FRONDOSO
 
 
FRONDOSO:         ¡Mi Laurencia!
LAURENCIA:                      ¡Esposo amado!
               ¿Cómo a estar aquí te atreves?
FRONDOSO:      Esas resistencias debes
               a mi amoroso cuidado.
LAURENCIA:        Mi bien, procura guardarte,          
               porque tu daño recelo.
FRONDOSO:      No quiera, Laurencia, el cielo
               que tal llegue a disgustarte.
LAURENCIA:        ¿No temes ver el rigor
               que por los demás sucede,        
               y el furor con que procede
               aqueste pesquisidor?
                  Procura guardar la vida.
               Huye, tu daño no esperes.
FRONDOSO:      ¿Cómo que procure quieres        
               cosa tan mal recibida?
                  ¿Es bien que los demás deje
               en el peligro presente
               y de tu vista me ausente?
               No me mandes que me aleje;         
                  porque no es puesto en razón
               que por evitar mi daño
               sea con mi sangre extraño
               en tan terrible ocasión.

Voces dentro
 
 
                  Voces parece que he oído,          
               y son, si yo mal no siento,
               de alguno que dan tormento.
               Oye con atento oído.

Dice dentro el JUEZ y responden
 
                              
JUEZ:             Decid la verdad, buen viejo.
FRONDOSO:      Un viejo, Laurencia mía,         
               atormentan.
LAURENCIA:                  ¡Qué porfía!
ESTEBAN:       Déjenme un poco.
JUEZ:                           Ya os dejo.
                  Decid:  ¿quién mató a Fernando?
ESTEBAN:       Fuenteovejuna lo hizo.
LAURENCIA:     Tu nombre, padre, eternizo;        
               [a todos vas animando].
FRONDOSO:         ¡Bravo caso!
JUEZ:                           Ese muchacho
               aprieta.  Perro, yo sé
               que lo sabes.  Di quién fue.
               ¿Callas?  Aprieta, borracho.       
NIÑO:      	  Fuenteovejuna, señor.
JUEZ:          ¡Por vida del rey, villanos,
               que os ahorque con mis manos!
               ¿Quién mató al comendador?
FRONDOSO:         ¡Que a un niño le den tormento     
               y niegue de aquesta suerte!
LAURENCIA:     ¡Bravo pueblo!
FRONDOSO:                     Bravo y fuerte.
JUEZ:          Esa mujer al momento
                  en ese potro tened.
               Dale esa mancuerda luego.          
LAURENCIA:     Ya está de cólera ciego.
JUEZ:          Que os he de matar, creed,
                  en este potro, villanos.
               ¿Quién mató al comendador?
PASCUALA:      Fuenteovejuna, señor.       
JUEZ:          ¡Dale!
FRONDOSO:               Pensamientos vanos.
LAURENCIA:        Pascuala niega, Frondoso.
FRONDOSO:      Niegan niños.  ¿Qué te espanta?
JUEZ:          Parece que los encantas.
               ¡Aprieta!
PASCUALA:                ¡Ay, cielo piadoso!      
JUEZ:             ¡Aprieta, infame!  ¿Estás sordo?
PASCUALA:      Fuenteovejuna lo hizo.
JUEZ:          Traedme aquel más rollizo,
               ese desnudo, ese gordo.
LAURENCIA:        ¡Pobre Mengo!  Él es, sin duda.    
FRONDOSO:      Temo que ha de confesar.
MENGO:         ¡Ay, ay!
JUEZ:                  Comenza a apretar.
MENGO:         ¡Ay!
JUEZ:                ¿Es menester ayuda?
MENGO:            ¡Ay, ay!
JUEZ:                      ¿Quién mató, villano,
               al señor comendador?        
MENGO:         ¡Ay, yo lo diré, señor!
JUEZ:          Afloja un poco la mano.
FRONDOSO:         Él confiesa.
JUEZ:                          Al palo aplica 
               la espalda.
MENGO:                     Quedo; que yo
               lo diré.
JUEZ:               ¿Quién lo mató?      
MENGO:         Señor, ¡Fuenteovejunica!
JUEZ:             ¿Hay tan gran bellaquería?
               Del dolor se están burlando.
               En quien estaba esperando,
               niego con mayor porfía.          
                  Dejadlos; que estoy cansado.
FRONDOSO:      ¡Oh, Mengo, bien te haga Dios!
               Temor que tuve de dos,
               el tuyo me le ha quitado.

Salen con MENGO, BARRILDO y el REGIDOR
 
 
BARRILDO:         ¡Víctor, Mengo!
REGIDOR:                          ¡Y con razón! 
BARRILDO:      ¡Mengo, víctor!
FRONDOSO:                       Eso digo.
MENGO:         ¡Ay, ay!
BARRILDO:                 Toma, bebe, amigo.
               Come.
MENGO:                 ¡Ay, ay!  ¿Qué es?
BARRILDO:                                 Diacitrón.
MENGO:            ¡Ay, ay!
FRONDOSO:                   Echa de beber.
BARRILDO:      [Es lo mejor que hay].  ¡Ya va!         
FRONDOSO:      Bien lo cuelo.  Bueno está.
LAURENCIA:     Dale otra vez de comer.
MENGO:            ¡Ay, ay!
BARRILDO:                    Ésta va por mí.
LAURENCIA:     Solemnemente lo embebe.
FRONDOSO:      El que bien niega, bien bebe.      
REGIDOR:       ¿Quieres otra?
MENGO:                        ¡Ay, ay!!  ¡Sí, sí!
FRONDOSO:         Bebe; que bien lo mereces.
LAURENCIA:     ¡A vez por vuelta las cuela!
FRONDOSO:      Arrópale, que se hiela.
BARRILDO:      ¿Quieres más?
MENGO:                      Sí, otras tres veces.    
                  ¡Ay, ay!
FRONDOSO:                   Si hay vino pregunta.
BARRILDO:      Sí, hay.  Bebe a tu placer;
               que quien niega ha de beber.
               ¿Qué tiene?
MENGO:                   Una cierta punta.
                  Vamos; que me arromadizo.       
FRONDOSO:      Que beba, que éste es mejor.
               ¿Quién mató al comendador?
MENGO:         Fuenteovejuna lo hizo.

Vanse MENGO, BARRILDO, y el REGIDOR
 
 
FRONDOSO:         Justo es que honores le den.
               Pero decidme, mi amor,        
               ¿quién mató al comendador?
LAURENCIA:     Fuenteovejunica, mi bien.
FRONDOSO:         ¿Quién le mató?
LAURENCIA:                        Dasme espanto.
               Pues, Fuenteovejuna fue.
FRONDOSO:      Y yo, ¿con qué te maté?        
LAURENCIA:     ¿Con qué?  Con quererte tanto.

Vanse. Salen el REY y la reina ISABEL y luego MANRIQUE
 
 
ISABEL:           No entendí, señor, hallaros
               aquí, y es buena mi suerte.
REY:           En nueva gloria convierte
               mi vista el bien de miraros.       
                  Iba a Portugal de paso
               y llegar aquí fue fuerza.
ISABEL:        Vuestra majestad le tuerza,
               siendo conveniente el caso.
REY:              ¿Cómo dejáis a Castilla?    
ISABEL:        En paz queda, quieta y llana.
REY:           Siendo vos la que la allana,
               no lo tengo a maravilla.

Sale don MANRIQUE
 
                              
MANRIQUE:         Para ver vuestra presencia
               el maestre de Calatrava,      
               que aquí de llegar acaba,
               pide que le deis licencia.
ISABEL:           Verle tenía deseado.
MANRIQUE:      Mi fe, señora, os empeño,
               que aunque es en edad pequeño,             
               es valeroso soldado.

Vase, y sale el MAESTRE
 
 
MAESTRE:          Rodrigo Téllez Girón,
               que de loaros no acaba,
               maestre de Calatrava,
               os pide humilde perdón.          
                  Confieso que fui engañado,
               y que excedí de lo justo
               en cosas de vuestro gusto,
               como mal aconsejado.
                  El consejo de Fernando          
               y el interés me engañó,
               injusto fiel; y así, yo
               perdón humilde os demando.
                  Y si recibir merezco
               esta merced que suplico       
               desde aquí me certifico
               en que a serviros me ofrezco,
                  y que en aquesta jornada
               de Granada, adonde vais,
               os prometo que veáis        
               el valor que hay en mi espada;
                  donde sacándola apenas,
               dándoles fieras congojas,
               plantaré mis cruces rojas
               sobre sus altas almenas;      
                  Y más, quinientos soldados
               en serviros emplearé,
               junto con la firme y fe
               de en mi vida disgustaros.
REY:              Alzad, maestre, del suelo;      
               que siempre que hayáis venido,
               seréis muy bien recibido.
MAESTRE:       Sois de afligidos consuelo.
ISABEL:           Vos con valor peregrino
               sabéis bien decir y hacer.       
MAESTRE:       Vos sois una bella Ester
               y vos un Xerxes divino.

Sale MANRIQUE
 
 
MANRIQUE:         Señor, el pesquisidor
               que a Fuenteovejuna ha ido
               con el despacho ha venido          
               a verse ante tu valor.
REY:              Sed juez de estos agresores.
MAESTRE:       Si a vos, señor, no mirara,
               sin duda les enseñara
               a matar comendadores.         
REY:              Eso ya no os toca a vos.
ISABEL:        Yo confieso que he de ver
               el cargo en vuestro poder,
               si me lo concede Dios.

Sale el JUEZ
 
 
JUEZ:             A Fuenteovejuna fui        
               de la suerte que has mandado
               y con especial cuidado
               y diligencia asistí.
                  Haciendo averiguación
               del cometido delito,          
               una hoja no se ha escrito
               que sea en comprobación;
                  porque conformes a una,
               con un valeroso pecho,
               en pidiendo quién lo ha hecho,   
               responden:  "Fuenteovejuna."
                  Trescientos he atormentado
               con no pequeño rigor,
               y te prometo, señor,
               que más que esto no he sacado.   
                  Hasta niños de diez años
               al potro arrimé, y no ha sido
               posible haberlo inquirido
               ni por halagos ni engaños.
                  Y pues tan mal se acomoda       
               el poderlo averiguar,
               o los has de perdonar,
               o matar la villa toda.
                  Todos vienen ante ti
               para más certificarte;      
               de ellos podrás informate.
REY:           Que entren pues viene, les di.

Salen los dos alcaldes, FRONDOSO, las mujeres y los villanos que quisieren
 
 
LAURENCIA:        ¿Aquestos los reyes son?
FRONDOSO:      Y en Castilla poderosos.
LAURENCIA:     Por mi fe, que son hermosos;       
               ¡bendígalos San Antón!
ISABEL:           ¿Los agresores son éstos?
ESTEBAN:       Fuenteovejuna, señora,
               que humildes llegan agora
               para serviros dispuestos.          
                  La sobrada tiranía
               y el insufrible rigor
               del muerto comendador,
               que mil insultos hacía
                  fue el autor de tanto daño.        
               Las haciendas nos robaba
               y las doncellas forzaba,
               siendo de piedad extraño.
FRONDOSO:         Tanto, que aquesta Zagala,
               que el cielo me ha concedido,      
               en que tan dichoso he sido
               que nadie en dicha me iguala, 
                  cuando conmigo casó,
               aquella noche primera,
               mejor que si suya fuera,      
               a su casa la llevó;
                  y a no saberse guardar
               ella, que en virtud florece,
               ya manifiesto parece
               lo que pudiera pasar.         
MENGO:            ¿No es ya tiempo que hable yo?
               Si me dais licencia, entiendo
               que os admiraréis, sabiendo
               del modo que me trató.
                  Porque quise defender      
               una moza de su gente,
               que con término insolente
               fuerza la querían hacer,
                  aquel perverso Nerón
               de manera me ha tratado       
               que el reverso me ha dejado
               como rueda de salmón.
                  Tocaron mis atabales
               tres hombres con tan porfía,
               que aun pienso que todavía       
               me duran los cardenales.
                  Gasté en este mal prolijo,
               por que el cuero se me curta,
               polvos de arrayán y murta        
               más que vale mi cortijo.         
ESTEBAN:          Señor, tuyos ser queremos.
               Rey nuestro eres natural,
               y con título de tal
               ya tus armas puesto habemos.
                  Esperamos tu clemencia          
               y que veas esperamos
               que en este caso te damos
               por abono la inocencia.
REY:              Pues no puede averiguarse
               el suceso por escrito,        
               aunque fue grave el delito,
               por fuerza ha de perdonarse.
                  Y la villa es bien se quede
               en mí, pues de mí se vale,
               hasta ver si acaso sale       
               comendador que la herede.
FRONDOSO:         Su majestad habla, en fin,
               como quien tanto ha acertado.
               Y aquí, discreto senado,
               Fuenteovejuna da fin.

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



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